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FR. G. DE SOTIELLO 2 9 5 Con todo, este momento de la historia del pensamiento es am­ bivalente, porque la razón, si por una parte libera al hombre de la servidumbre de las fuerzas mágicas, le puede aherrojar en una servidumbre nueva. Y es que la razón toma una doble dirección, que da origen a dos corrientes distintas de filosofía. Vemos esto claro sólo con preguntarnos por lo que es el conocer. Casi todos los filó­ sofos han mantenido la convicción de que conocer es un acto pu­ ramente intelectual, que existe una razón universal y que esa razón nos da un reflejo de la realidad objetiva. Esta convicción es la que ha engendrado la ontologia y esa on­ tologia pasa por ser la verdadera metafísica. Y por aquí vemos que la razón especulativa, que posee una indiscutible importancia y que es una defensa que protege al hombre caído, le ha llevado a una nueva enajenación en el sentido más profundo de la palabra: le saca de sí y le deja sin personalidad, convirtiéndole en una parte de un mundo naturalista. Por eso, es necesario que llegue un tercer estadio en el cual el hombre busca el sentido de este mundo, pero lo busca, no por un camino meramente especulativo, sino mediante un conocimiento emo­ tivo y apasionado. Este conocimiento que brota, no de la razón pura, sino de todo el hombre, puesto que es el hombre total el que conoce, nos lleva al descubrimiento de un mundo también dualista, y en esto nos situamos de nuevo en una línea platónica, pero aquí la realidad primaria no la forman las inmóviles y eternas ideas, sino el espíritu, la persona, la libertad. Como repite Berdiaeff, el hombre no es un epifenómeno de la naturaleza, sino ésta un epifenómeno del hombre. Y es ahora cuando la filosofía cumple su cometido de liberar al hombre, sacándole de ese mundo objetivo, determinista, en que le había sumido la razón especulativa. El hombre se ha en­ contrado a sí mismo al descubrirse, no sólo como distinto del mun­ do, sino como distinto de cualquier objetivación de la razón. El hom ­ bre ha encontrado el camino de su salvación. Berdiaeff, recordando una vieja doctrina medieval, nos dice que éste tercer estadio es aquel en que se ha de establecer el reino del Paráclito, del Espíritu. A esta filosofía la llama mesiánica, porque representa el oficio de un Mesías que salva al hombre de su despersonalización. Y la llama también escatològica, porque niega el ser en cuanto realidad es­ table y prevé el fin de ese ser en cuanto objetivación. Todo lo que antecede, ya se ve, debe servirnos de flecha orienta­ dora que nos señale el punto preciso en que debemos colocar la me­ tafísica de Berdiaeff.

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