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314 LA FILOSOFIA M E SIAN ICA DE BERDIAEFF No vamos a detenernos en enumerar ni siquiera las formas más corrientes en que el hombre comunica con otros hombres. Sólo quiero destacar una de ellas, la suprema. Esta forma privilegiada de co­ munidad es la religión. La religión lleva al hombre a saltar más allá de su soledad y entrar en una cierta familiaridad, entrar en fa ­ milia. La religión nos asocia al misterio del ser. Aunque, si que­ remos hablar con exactitud, no es la religión la que nos salva de la soledad, sino Dios. La religión, en cuanto institución social, está sujeta a esa despersonalización que constatamos en el conocimiento, en nuestras relaciones sociales, etc. Pero al mismo tiempo la religión es revelación, es voz de Dios, encarnación de Dios. La religión así sentida y vivida me une a Dios y me une a los hombres, en una auténtica y profunda vida de comunidad ontològica y de comunión. La consecución de esta finalidad se conseguirá si no nos contenta­ mos con una profesión formalista del Cristianismo, donde el amor tuviera solamente un carácter simbólico, convencional. En este caso aun dentro de la Iglesia podríamos encontrarnos inmensamente so­ los, en contacto puramente externo, social, con nuestros hermanos. Dentro de la misma religión cristiana la soledad radical sólo queda superada por un amor real, que es donde se actúa en forma suprema la vida del hombre. Y termino esta exposición del pensamiento de Berdiaeff con una cita larga, que resume la idea central del autor y es suavemente tonificadora del espíritu. Dice así: «Sin embargo, es únicamente en el plano espiritual donde la soledad puede ser superada, únicamente en la experiencia mística, donde todas las cosas están en mí y yo en ellas. Es el camino diametralmente opuesto al de la objeti­ vación, la cual pone en comunicación lo que es absolutamente ex­ trínseco, extraño, sin parentesco ninguno... Toda la vida social des­ cansa sobre una retórica imitativa. A ello se opone la realización de la vida verdadera, espiritual y mística... En su hondura, la exis­ tencia humana, la mía propia, es de orden espiritual, no pertenece al mundo objetivado de lo que me rodea oprimiéndome, no tiene ahí sus raíces. Es en el fondo de esta espiritualidad donde se sobre­ pasa la soledad... Es aquí donde reconocemos toda la complejidad del problema de la soledad, tal como nos lo encontramos en todos los órdenes, lo mismo en el orden del conocimiento, que en las re­ laciones sexuales, en la vida social y en la misma vida religiosa». Fr. Gabriel de Sotiello, O. F. M., Cap. Colegio de PP. Capuchinos.-Salamanca. S a n t a M a r t a

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