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FR. G. DE SOTIELLO 3 1 3 con un amigo el que habla no es el empleado o el político, sino mi yo único, irreductible a ningún otro. Y a su vez aquél con quien hablo no es «un hombre», sino fulano de tal. Con los hombres en general podemos entrar en comunicación. Hablamos con ellos, les transmi­ timos noticias, recibimos órdenes. Pero sólo en el diálogo amigable entramos en comunión con otra persona. «La intuición de la vida espiritual de otro yo realiza una comunión con ese yo. El hecho de percibir el rostro de otro, la expresión de sus ojos, nos ofrece con frecuencia el secreto de su ser». «Lo que el pensamiento personal condena, subraya Berdiaeff, no es la comunidad, sino la generalidad». Mediante esta comunión per­ sonal con los demás nos ponemos en contacto directo con nuestros hermanos. La vieja querella escolástica sobre el conocimiento inte­ lectual del singular me inclino a creer que tiene perfecta solución mediante esta comunión que yo llamaría «humana» con el alma de los demás. No se trata de un concepto, pero tampoco es un simple conocimiento sensitivo. El hecho de que en la Escuela se haya plan­ teado el problema en esa forma disyuntiva coloca a los dos bandos en la imposibilidad de dar una solución aceptable. Nos parece total­ mente recusable lo que un filósofo tan prestigioso como Manser ha escrito a propósito del conocimiento del singular, cuando nos dice que, a lo más que podemos llegar en el conocimiento singular de una persona, es a ciertas conjeturas más o menos probables sobre una naturaleza individual. «La naturaleza individual interna ha sido y sigue siendo un misterio para el entendimiento humano» (8). Al singular no se le encuentra cuando, como hace Manser y con él muchos filósofos, se le busca por mal camino. Con Berdiaeff, y con las clásicas Escuelas escotista y suareciana, hay que afirmar el hecho innegable del conocimiento o aprehensión directa del alma de nuestros prójimos, aunque quizá a los antiguos escolásticos habría que infundirles un poco de «afectividad »en la manera de llegar a ese conocimiento. Afectividad que, por otra parte, no es ajena al pensamiento franciscano. Es curioso que haya sido a San Francisco de Asís al que ha recurrido Berdiaeff como modelo o paradigma cuan­ do nos dice que la comunión con lo otro, que triunfa de la soledad, no sólo se verifica en la amistad humana, sino que puede penetrar en el reino animal, vegetal y mineral, que poseen ellos también su existencia interna. «Se puede, como San Francisco de Asís, entrar en comunión con la naturaleza, con el mar, la montaña, el bosque, el río, la campiña». (8 ) G . M . M a n s e r , O . P . : L a e s e n c ia d el to m ism o (M a d rid , 1947), p á g . 276.

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