PS_NyG_1957v004n007p0291_0314

3 1 2 LA FILOSOFIA M ESIAN ICA DE BERDIAEFF Aun cuando el hombre se sacrifique por la nación, por la familia, por una idea, el hombre no obra como medio para salvar esas rea­ lidades impersonales. En realidad es la idea, o el amor a la familia o a la patria, el medio de que el hombre se sirve para llevar a cabo un acrecentamiento cualitativo de su valer personal. Y si ahora volvemos la mirada hacia nuestra vida concreta, nos daremos cuenta de que se verifica en nosotros un movimiento rít­ mico, un flujo y reflujo que nos lleva, bien hacia la vida cotidiana y social o bien a la soledad. Lo que no soportamos es quedar encar­ celados en ninguno de esos extremos. Sometidos a una absoluta so­ ledad, nuestra vida sería insoportable. Pero entregados al torbellino de los acontecimientos, al vaivén de lo que ocurre en torno nuestro, nos quedaríamos vacíos de personalidad, reducidos a marionetas que se mueven al compás de las manos al tirar de hilos invisibles. Ha sido sobre todo Heidegger quien ha estudiado con aquilatada precisión ese estado de inautenticidad en que vive el hombre cuando se deja llevar del «se» despersonalizante. En ese estado el hombre ha abdicado de su personalidad y vive llevado y traído por los acon­ tecimientos y los cánones que le llegan de afuera. Berdiaeff se fija en un aspecto ulterior de ese estado de ena­ jenación. El hombre en medio de la multitud experimenta un senti­ miento cruel de soledad. En realidad, es sólo en medio de la so­ ciedad donde se hace posible la verdadera soledad. «Cuando no sale uno de sí mismo más que para encontrar el no-yo, el mundo ob­ jetivo, no se supera de ninguna manera la soledad... Es una verdad indiscutible que ningún objeto puede remediar la soledad». Esto equivale a decir que no nos es posible franquear los muros de nuestra soledad por la brecha del conocimiento puramente in­ telectual, que solamente nos da objetos, aunque éstos sean hombres como nosotros. Existe un medio de salir fuera de nosotros, sin perder nuestra personalidad, antes bien acrecentándola: es dar con el «tú», con el «nosotros». Es decir, dar con otras personas con las cuales podamos entrar en comercio espiritual. Ya dijo también nuestro pensador español que el amor no era otra cosa que un intento de canjear dos soledades. A veces tropezamos con el «tú», quizá en una disputa, en la lucha; pero eso sirve exclusivamente para que luego nos hundamos en una más dolorosa soledad. El auténtico en­ cuentro con otra persona se verifica mediante el amor, la simpatía, la amistad. Mientras vivimos en sociedad obramos como un actor que representa un papel. Somos un personaje más en este gran tea­ tro del mundo, que desempeñamos tantos papeles cuantos sean los pequeños mundos a que pertenecmos: padre de familia, trabajador, capitalista, afiliado a un partido político... En cambio en el diálogo

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz