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FR. G. DE SOTIELLO 3 1 1 desborda totalmente a cada uno de los hombres, como el mar so­ brepasa a la gota de agua particular. En el caso de que fuera afir­ mativa la respuesta a este interrogante, todo lo dicho contra la enajenación y objetivación del hombre en las cosas, en las colec­ tividades, sería una batalla contra un fantasma. Empleando una metáfora marinera, diríamos que la última sin­ gladura de la filosofía se dirige al puerto de la existencia humana. Es quizá lo único, y sin duda, lo más importante, que quedaba por tomar definitivamente en serio en la filosofía moderna, que ha tar­ dado tres siglos en llegar desde la cosa pensante cartesiana hasta la existencia humana. Esta existencia se la define hoy como decisión libre y personal en medio de las cosas en torno. Pues bien, esa existencia ha sido sometida a finos y a veces complejísimos exáme­ nes psicológicos. Cada pensador ha creído ver la forma auténtica o inautèntica de realizarse 1a. existencia del hombre en muy di­ versos modos de comportarse ante las cosas. A nosotros nos interesa averiguar dónde capta Berdiaeff a la persona humana en cuanto es una realidad irreductible a cualquier otra realidad. Pues bien, la experiencia original en la que el hombre se des­ cubre a sí mismo como persona, y, por tanto, como realidad irre­ ductible, es la experiencia de la soledad. Ya había intuido ese ca­ mino hacia lo personal nuestro filósofo Ortega y Gasset, cuando es­ cribió que las almas, «como astros mudos, ruedan las unas sobre las otras, pero siempre las unas fuera de las otras, condenadas a perpetua soledad radical». A la persona humana podemos estudiarla desde dos puntos de vista heterogéneos. Uno de ellos es el de la sociología. Para la so­ ciología positivista la persona es una parte insignificante de la sociedad. Esta representa una fuerza infinitamente más potente que la persona, porque esa sociología opera a base de categorías numé­ ricas y cuantitativas. Pero si miramos las cosas desde el ángulo del espíritu todo cam­ bia de aspecto y de valoración. Ya no es la persona la que forma parte de la sociedad, sino que es ésta la que forma parte de la persona. La persona es, sin duda, una realidad social, pero no se limita a ser éso: es mucho más. La persona representa el punto de intersección de muchos mundos — el cósmico, el social, el nacional, el racial, el religioso, el familiar— , en ninguno de los cuales se halla totalmente enmarcado, porque los rebasa. La persona se evade siempre hacia algo más allá, hacia el infinito. No es una simple parte de ninguna de esas realidades objetivas, aunque participa de todas ellas. Es universal sin ser general. Con el aplomo cristiano e hispano del Alcalde Zalamea, Berdiaeff podría repetir, sintetizando su mismo pensamiento, que el alma sólo es de Dios.

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