PS_NyG_1957v004n007p0291_0314

2 9 2 LA FILOSOFIA MESIAN ICA DE BERDIAEFF como dos monolitos, sin que en nuestro pensamiento haya dejado un perceptible surco el pensamiento de nuestro adversario. Decía antes que los griegos nos habían enseñado a dialogar; ellos intercambiaban ideas, como intercambiaban mercancías en los puer­ tos del mediterráneo. Pero su mundo — el de sus ideas y el de su co­ mercio material— era un mundo chico. Hoy nuestra flexibilidad es­ piritual forzosamente debe ponerse a prueba si queremos adaptarnos a ideologías que chocan estridentemente con nuestras ideas caseras y familiares. Sin embargo, es una necesidad ésta de prestarnos al diálogo con los hombres que se encuentran más o menos alejados de nosotros. Es una necesidad que ha recordado con carácter de urgen­ cia el Romano Pontífice, ese hombre que ha demostrado poseer un espíritu ampliamente acogedor, del que casi es símbolo el gesto de sus brazos extendidos cuando se dispone a bendecir a la multitud. Abrir para abrazar, sin perder la línea recta, vertical, de su cuerpo, firme y esbelto como un dogma. Hoy nuestro diálogo se cruzará con el pensamiento de uno de los representantes más prestigiosos del pensamiento filosófico de nues­ tros días, el ruso Nicolás Berdiaeff, que en sus últimos años recogió lo que había de más definitivo dentro de su producción filosófica, lo que pudiéramos llamar su sistema metafísico, aunque fuera mejor colocar la palabra «sistema» entre paréntesis. Su espiritualismo, su pretendido cristianismo y hasta su exotismo, acaso una triple aproximación a nuestro modo de ser ibérico, son tres características que pueden conquistar nuestra simpatía, primera con­ dición para comprender; aunque no siempre nuestra conformidad. La relativa disconformidad es también algo imprescindible en todo au­ téntico dialogar. PRESUPUESTOS DE SU ACTITUD FILOSOFICA Los escritores rusos no suelen ser modelos de sistematización, de claridad. Su pensamiento no marcha en línea recta, en una lógica se­ cuela de principios y conclusiones, sino que toma entre las manos un tema y sobre él va trenzando variaciones, en un estilo más bien mu­ sical que arquitectónico. Sólo escriben cuando su alma, como la de Schiller, «está llena de una especie de disposición musical». Por eso nosotros, para comprenderlos, tenemos que tomarnos la molestia de irlos reduciendo a un esquema lógico. Con ello pierden poesía y un cierto regusto de misterio que les es característico, pero ganan en diafanidad. Debemos empezar hablando de los presupuestos filosóficos de la

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz