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308 LA FILOSOFIA M E SIAN ICA DE BERDIAEFF Disociar la voluntad del ser es meterse innecesaria y falsamente por caminos de irracionalidad. Lo irracional existe para nosotros, no es posible dudarlo; hay muchas cosas en el cielo y en la tierra que escapan a nuestro pensamiento racional. Pero quien ha comprendido la trascendentalidad del ser ha salvado la irracionalidad funda­ mental. UN CONOCIMIENTO SALVADOR Toda filosofía queda clasificada desde el momento en que des­ cubrimos estas coordenadas: la teoría del ser y la teoría del co­ nocer. Forman el marco dentro del cual se trama todo el complejo filosófico. Hemos expuesto en las últimas páginas la doctrina del ser en Berdiaeff y vamos a intentar dar una breve visión de su teoría del conocimiento, de la cual hemos ido dejando entrever as­ pectos a través de este estudio. Como distingue dos mundos en la realidad, el mundo fenoménico y el mundo del espíritu, así distingue dos clases de conocimiento, dado que metafísica y gnoseología se corresponden siempre en toda sistematización filosófica. La primera clase de conocimiento es el puramente racional, creador de la ciencia e instrumento valioso al servicio de la vida. Pero es un conocimiento secundario, quede ninguna manera puede pretender la categoría de conocimiento fi­ losófico o existencial. El mismo mundo fenoménico, en cuanto ob­ jeto — no en sí mismo— es producido por la racionalización y el con­ cepto que generaliza. Pero como lo que al presente nos interesa es el conocer filosófico, va a ser de éste del que diremos unas palabras. ¿Qué quiere decir Berdiaeff al afirmar que la filosofía pretende conocer la verdad? ¿Qué es la verdad? No entiende por verdad la simple conformidad, tarada de pasividad, de un entendimiento con una realidad extrasubjetiva. La verdad hay que buscarla, no en el mundo de los conceptos, sino en el mundo existencial. Jesucristo nos dijo que El era la Verdad. La verdad ante todo es Dios. ¿Pero, el hombre, que no es Dios? Aquí Berdiaeff intenta esquivar dos es­ collos: el del idealismo germánico que diviniza al hombre y el del positivismo, que le reduce a un simple individuo dentro de un mun­ do naturalista, desconocedor de la persona y del espíritu. El hombre es espíritu, y aunque no es Dios, participa del poder creador divino y el acto de conocer la verdad es, en gran parte, un acto creador. ¿Qué crea? Crea el sentido, el logos del mundo; pero no a partir de la razón pura, de la cual sólo puede salir un mundo «objetivo», fe ­ noménico, sino a partir de todo el hombre. Y cuando hablamos de todo el hombre entendemos el hombre concreto, que pone en el acto

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