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FR. G . DE SOTIELLO 307 del conocimiento y de la apelación de las cosas, (Adán daba nombre a las cosas), la pasión creadora de la belleza y de la expresión; en él se encuentran la pasión creadora de la justicia y de la dominación de la naturaleza, la pasión creadora general de la ascensión vital y del éxtasis». La realidad primera se nos manifiesta como naturaleza y como historia, a las que corresponden el tiempo cósmico y el tiempo his­ tórico. Para una mentalidad naturalista el ser es naturaleza, poco importa si material o espiritual, y la historia queda reducida a una parte de la vida cósmica, cuando la verdad es lo contrario, que es la naturaleza una parte de la historia. Sólo en ésta se nos revela el sen­ tido último de las cosas. «Las fuentes de la filosofía de la historia se encuentran, no en la filosofía helénica, sino en la Biblia». Estas dos metafísicas son aquéllas de que antes hemos hablado y que denominábamos estática y dinámica. El secreto y el sentido de la historia humana solamente una filosofía existencial, cuyo tiem­ po no sea el tiempo cósmico sino el de la existencia humana, lo puede aprehender. Y aquí salta una concepción cristiana de Berdiaeff que guarda, sin él sospecharlo, una secreta afinidad con el pensamiento francis­ cano, sobre todo como se manifiesta en S. Buenaventura. Dice, en efecto, Berdiaeff que la filosofía de la historia no puede ser más que cristiana, y que si la historia tiene sentido, es porque ha aparecido en ella el Sentido, el Logos, porque en ella se ha encarnado el Dios-Hom­ bre y porque se dirige hacia un reino divino-humano. La filosofía de la historia en S. Buenaventura tampoco tiene explicación satis­ factoria sino mediante el Verbo Encarnado. En todo lo que acabamos de exponer en el último apartado des­ cubrimos magníficos golpes de luz dentro de una nebulosa. La con­ cepción tomada de Böhme será todo lo mística que se quiera, pero no pasa de ser una quimera inconsciente. No es de este trasfondo de la nada de donde surge el todo, sino que el Todo era al principio, Insuperablemente lo dijo S. Juan: «En el principio era el Verbo y el Verbo estaba en Dios y el Verbo era Dios... Todas las cosas fueron hechas por E l... En El estaba la vida y la vida era la luz de los hombres». No es necesario recurrir a esas fantasías para salvar el escollo del naturalismo. En Dios el ser es vida, inteligencia y vo­ luntad. Con esa sencillez característica suya nos dice el doctor An ­ gélico que en Dios su entender es su ser y su ser es su querer (7). (7) « E t sic oportet in Deo esse voluntatem, cum sit in eo intellectus, et sicut suum intelligere est suum esse, ita suum esse est suum veile». S. T h .. Sum. Theol., 1." p., q. 19, a. 1, in corpore.

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