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304 LA FILOSOFIA M ESIAN ICA DE BERDIAEFF ranza; el sol brilla en él, aunque desde fuera, no desde dentro, como debiera suceder; hay en él una vida tensa, en crecimien­ to, aunque se acaba por la muerte. En él las flores se entre­ abren, aunque sea para marchitarse. En él taladran, perforán­ dolo, los actos creadores del hombre. Nos hallamos con la fi­ sonomía humana, en la que con frecuencia brillan unos ma­ ravillosos ojos expresivos; se han escalado cimas de santidad y de genialidad, aunque a su lado aparezcan la fealdad moral y la prevaricación. Hay manifestaciones de amor, de piedad, de renunciamiento, si bien es verdad que al lado de crueldades y de homicidios. En este mundo el espíritu se encuentra como caído de sí mismo, enajenado; pero el lazo que le une al Espí­ ritu se conserva y el espíritu obra. Este mundo está sin Dios, pero hay en él un testimonio de la existencia de Dios». Nos ha dicho que no hemos perdido totalmente el contacto con la Verdad. Vamos a seguirle por el camino, no siempre transitable fácilmente, que nos lleve a esa liberación del hombre, que consti­ tuye la ambición de todos los filósofos existencialistas. Son caba­ lleros andantes del espíritu que marchan a la liberación de la prin­ cesa encantada en el castillo de la cotidianeidad, de la materia, de la enajenación. LA ESPONTANEIDAD DEL ESPIRITU FRENTE A LAS LEYES DEL SER Berdiaeff, como gran parte de los filósofos del momento, des­ conoce la trascendentalidad del ser. En cierto sentido, aunque esto parezca una paradoja, no se han libertado del concepto eleático del ser. Para ellos el ser es algo ya dado y su forma de darse es estáti­ ca, semejante a la de los conceptos matemáticos. Según esto toda ontologia es una filosofía determinista, en la cual no queda sitio pa­ ra la libertad. La consecuencia es lógica, pero tiene el inconveniente de nacer de una premisa errónea. El ser no es eso y no se puede ha ­ cer responsable a la ontologia de las deficiencias de alguna falsa on­ tologia. Del hecho que una buena parte del pensamiento helénico (dejemos de lado si todo el pensamiento helénico), y una buena par­ te del moderno haya identificado ser con realidad determinada, fé ­ rreamente, mecánicamente, no se puede deducir, que toda concepción ontològica ha de negar necesariamente la libertad. Según esta forma de pensar, la filosofía del ser quedaría reduci­ da a una filosofía monista y en el fondo materialista. Pues, aunque

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