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244 ITINERARIO EXISTENCIA!.. «greguería» no tiene nada que ver con la ideología de Leal Insua. Por otra parte, son creaciones de orientación dispar. Y hablo de «creaciones» porque el «semillero» es un género que inventa el autor de Vivero, como la Serna inventa la «greguería». No se trata de una afirmación fortuita. El Semillero no es ni en su temperamento poético ni en su expresión formal, nada pa­ recido a los «P ensees», de Pascal, ni a los «Los C a racteres», de La Bruyere. No es tampoco lo que se dice una colección de frases bonitas. Está en lo cierto Entrambasaguas cuando lo cataloga como auténticos poemas definidos, a pesar de su presentación provisional hasta en su formato físico (8). Ya he dicho que la afinidad lírica más claradel « Primer sem i­ llero de Poemas », le corresponde a «P latero y yo », de Juan Ramón Jiménez. Ahora debo añadir que esta afinidad es mucho más explí­ cita de lo que a simple vista pudiera apreciarse. En ambos libritos la misma humildad exterior. La misma melancolía doliente con la accidental divergencia de paisaje, que vienen a unirse en lo más íntimo del ser contemplativo. Hay semillas que podrían ser «ma­ riposas blancas», como hay capítulos, de Juan Ramón, que tienen el sabor agridulce y el aroma frutecido de una simiente. Y además, el mismo afán comprensivo, unido a la veracidad más impresio­ nante y a la ironía más fina. Una ironía de filigrana gótica que se asoma sin temor a los vitrales empenumbrados de la conciencia. La ironía de Leal Insua es ilimitable, como es sin límite la ins­ piración al crear un poema que escuece en el alma en carne viva. Pero esta calidad abstracta y difusa presta más eficacia a la es­ pada desnuda de su palabra noble. He leído en Aranguren una observación que, en su justeza, en­ traña toda una psicología del escritor. Refiriéndose a Chesterton dice que sus paradojas son puramente verbales. Kierkegaard, en cambio, es un temperamento paradójico (9). Del mismo modo hay irónicos verbales e irónicos por sensibilidad. Dígase lo que se quiera, yo pre­ feriría siempre «Las siete columnas», de nuestro hondoescéptico Wenceslao Fernández Flórez, a «Don Camilo», de Giovanni Gua- reschi. Y es que, en rigor, en el humorista de profesión la veta ori­ ginaria de la ironía, que es la misma, alma puede quedar obscure­ cida por la corteza superficial del lenguaje y de las formas ex­ teriores. En Leal la ironía es temperamental. Casi invisible para la gene- (8) Revista de Literatura, núm. 6, abril-junio 1953 , págs. 391 - 392 . ( 9 ) Catolicismo, dia tras día, p. 212 , Edit. Noguer, Barcelona, 1955 .

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