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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 287 He aquí otro momento psicológico de todo amor verdadero: la «Ansiedad». Aunque el poeta tenga un sentido excelso — romántico y caballeroso, al mismo tiempo— del amor, éste tiene sus leyes, su contorno y su fenomenología peculiar. Al principio, un aleteo tímido y una turbación ingénua: «Ella en silencio le amaba. Sólo un temblor vacilante en la voz, por un instante, aquel amor delataba. Ingenuo afecto callado que latir con prisa hacía el corazón agitado, en ellos dos se escondía. ¡Y a mostrarse enamorado el Amor no se atrevía!» (81). Después, una exigencia de darse con plenitudes de generosidad. El amor es divinamente comunicativo cuando se vive desde la ver­ dad, desde su única verdad que es la donación y el recuerdo. En rigor, el amor es eso: donación y recuerdo. Un salirse de sí mismo para darse en cuerpo y alma a la persona amada. Lo que en len­ guaje místico se llama éxtasis — el alma que sale de sí fascinada por la belleza de Dios— y en lo humano recibe el nombre de enamo­ ramiento, el hombre o la mujer que funden su alma bajo el ala ple­ na de una comprensión extensa y única. Leal reza por la novia buena porque: «La quiero con el alma, cual quieren las estrellas el fondo del espacio para colgar su luz». «La quiero como puede querer la flor al día, que sin la luz no es nada y con la luz es flor» (82). El amor se remansa en una hora de bondad. Y es tan casto, que el poeta lo espera para no pecar: (81) Ibid., p. 27. (82) Te he buscado, pp. 40-41.

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