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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 285 sentados en el diván frente a la ventana abierta, en silencio. ¡ Qué hablando, a veces, se rompe el leve cristal de un sueño! (74). Leal Insua saborea con una fruición desbordante la realidad de su amor, espiritual y cristiano. Toda una letanía lírica en su visión esencial del fenómeno amoroso. Lo importante es realzar su ver­ tiente eterna y encantada. Dice en el «Poema del buen am o r »: «Te amé siempre porque fuiste la imprecisa presentida de mi ensueño adolescente. Eres tú, muñeca triste, la sonrisa de mi vida que buscaba diligente. Eres tú la mujer buena amanecida al afán de mi sendero... Ya podemos elevarnos con pureza recibida en un hálito de rosa...» (75). Y el «Poema de la amada imprecisa » , termina con estos esplén­ didos versos: «¡Vendrá un día en que dos almas se conozcan por las huellas de unos pasos» (76). Una vivencia tan seria y responsable del amor no puede impro­ visarse. Necesita un clima apropiado para llegar a hacerse en toda su grandeza. El amor libre desemboca en sentimientos inferiores de pasión y de sexualidad. Porque — una vez sueltos los frenos del ins­ tinto— el proceso amoroso no es humano y se sitúa fuera de su «tempo» vital. En «Te he buscado», hay una poesía titulada con este evocador tema metafórico: «También los árboles se equivocan». En ella describe Leal Insua con una gran riqueza expresiva el en­ gaño de unos árboles frutales que se dan prisa a florecer. La brisa peina sus ramas desnudas. Un rumor blando estremece sus largos (74) ma., p. 47 . (75) Horas, pp. 60-61. (76) Trivium, p. 46.

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