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2 8 4 ITIN ERARIO E X IS T E N C IA L .. de generosidades. Mira en el amor un «camino de perfección» — a lo Teresa de Ahumada, no a lo Baroj a— , una aventura intima y casi cósmica, al mismo tiempo. Una exigencia cordial, vital, caballeresca, de su latido poético más humano. «Te he buscado », es una concepción espiritualista del amor. En realidad, la figura más aristocrática y más pura de amar. Importa un hecho de tanta transcendencia para el porvenir de amor, no ya como «modo de ser», católico, sino también como forma superior de convivencia. El clima materialista — consecuentemente inestèti­ co y amoral— de la hora presente es una profanación de lo más genuinamente femenino. Esta frivolidad es un crimen contra los derechos sagrados del hombre a la ilusión y a la belleza. El amor es impaciente como un niño travieso. Nuevo como un eterno empezar. Misteriosamente íntimo como una cita. Bullicioso e inconsciente como un corro de niños en el alma de la tarde. Para el poeta es un deseo de presencia. Pero de una presencia casi inmaterial alada e imprecisa. Más que un deseo de labios, de pupilas o de manos largas para el abrazo, un beso al recuerdo impalpable: «He de besarte, muñeca, en la palma de las manos como besan por las noches a los remansos los astros. He de besarte en el alma — toda ceñida a mis brazos— para que ya no te duela en adelante el pasado» (73). Este «Romance del beso en espera », es una actitud ante el amor. Una forma de ser. Pero, por mucha castidad y ensueño que haya en este pasaje — es cierto que los hay— el beso está temblando en la impaciencia de los labios. El amor tiene todavía una dimensión sen­ sible. Con el tiempo se irá purificando hasta convertirse en un puro anhelo de fusión espiritual. Ya ni la dulzura de la palabra o la inminencia del beso podrán interrumpir el diálogo de las almas: «Y estaremos juntos mucho tiempo (73) M i so led a d so n o ra , p. 28.

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