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2?2 ITIN ERARIO E X IS T EN C IA !-.., aforismo del «Semillero»: el mejor poema está en mi alma y si se dice ya no es «el mío». Dentro, un sol poblado de trinos sensibles;. Fuera, una voz sin encarnar, huesuda y macilenta. Menos mal que queda aún el gesto galante de la metáfora y las rosas necesarias, que diría Rilke. «Pero, ¿quién sabe estas cosas? Las rosas, aún siendo rosas, ignoran que dan olor» (69). Muy bonito. Pero no nos ha dicho su definición del amor. Ha col gado sus impresiones de las alas mágicas de una metáfora de abo lengo, poético, y sigue su camino con el afán de un ciervo perse guido. Quizá tenga que ser así. La metafísica del amor ha pedido siempre su voz a la poesía. Los Diálogos de Platón, uncen el carro de los dioses a las dos potencias olímpicas del amor y de la belleza* Agustín de Hipona — el máximo filósofo cristiano— bucea en los fondos habitados de su ser de hombre y se encuentra con la sor presa inédita de que el amor es un peso: la «ponderación» irresis tible de la voluntad hacia lo verdadero, hacia lo pulcro, hacia lo amable. Ramón Lull orea con descripciones eróticas la entrevista del amante con el amado en «Blanquerna». «Poema del buen amor», es una visión ideal del poeta, revestida con el traje de fiesta de observaciones valientes y sugeridoras. Un ensueño vago — mitad presentimiento, mitad anhelo incontenible— de formas fascinantemente bellas. Una creación romántica para su melancolía. Pero, aunque sea sólo una creación del escritor, vamos a redon dear sus facciones con la carne jugosa del verso y con el hueso sano del recuerdo. Como él la soñó en la desnudez casta de su adoles cencia. Leal Insua es artista; sobre todo en ésto. Ni una pincelada para la materia. Ni un deseo bruto en la serenidad de su primer amor. Sólo una nostalgia divinamente triste en la evocación de la mujer que espera. En sus relaciones no busca el arrebato pasional ni el beso delirante. Pero comprende la exaltación turbia, la traición, la inconstancia y la mentira del corazón femenino y de su propio corazón de hombre caído. Por eso, frente al abandono sentimental (69) H o ra s, p. 76.
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