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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 281 insistencia el paralelismo del fenómeno amoroso — en un concepto latísimo que incluye hasta el lenguaje— con las artes de magia y de encantamiento (75). Leal ha bebido no sé qué pócima mágica. Y se levanta conver­ tido en un juglar caballeresco con voz de ave y pies de hombre. Se ha dicho con frecuencia que es un poeta romántico. Depende del significado que se encubra bajo esta expresión. Yo opino, sin que por ello pretenda imponer mi criterio personal, que es clásico en to ­ da la vertiente: en el sentido «clásico» de la palabra (y dispensen ustedes la redundancia), y en la nueva acepción que crea Juan Ra ­ món para el introito de su «Segunda antología » : «Actual; es decir, clásico; es decir, eterno». No se puede negar que la temática general de su obra aboca a una tendencias marcadamente amorosa. Es ya un dato definidor que el subtítulo de una de sus mejores producciones siga rumbos de amor y de saudade. Pero esto no es una prueba de «romanticismo». Todos los estilos han cantado el amor y, no obstante, distinguimos per­ fectamente el barroco del «cubismo». Cervantes — por no citar más que un caso en quien todos coincidimos— ha creado « El Quijote-», desde una visión de la vida netamente clásica. Con todo, su letanía amorosa podría iluminar un grueso volumen antològico. Todo esto para puntualizar el «encanto» habitual del enamorado: «...Quizá sea porque tienes hondas tristezas lejanas latiendo aún en las sienes. Yo también las tengo, ¿sabes?, y son tristezas hermanas. O quizá, sencillamente, porque lo quiso el destino y te puso en mi camino como sobre el río el puente. ¡Ay, amada, yo no sé por qué fué la llegada de este am or...! (68). La razón del amor puede ser también su sinrazón. Y el poeta, siempre cortés, se despide insatisfecho de sí mismo. Es verdad el ( 67 ) Estudios sobre el Amor, p. 64 y sig.. Revista de Occidente. Madrid, 1952 . (á8) Horas, 75 - 76 .

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