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274 ITIN ERARIO E X IS T E N C IA L .. absoluta. Los lirios del campo crecen siempre igual, vestidos de tú ­ nicas fragantes de reinas o de diosas... El hombre no sabe esperar los acontecimientos con naturalidad. La imaginación tiene caprichos de mujer. El corazón no obedece las leyes de disciplina y orden que dicta el buen sentido. La impacien­ cia es el sello de nuestra nativa imperfección, de nuestra falta de madurez y de nuestro exceso de nervios. Un resto de primitivos en que se entrecruzan las fuerzas subterráneas del instinto con las fa ­ cultades espirituales en embrión. Estas consideraciones podrían alargarse indefinidamente en torno a la vida y a la obra de Leal Insua. En las noches de insomnio llama­ ba enfebrecido a la mañana que se perdía en no sé qué caminos intransitables. Y , a su llegada, la aurora lo encontraba agotado, in ­ satisfecho, amargo... La clave de aquel pesimismo, que pudo em­ brutecerlo, no era más que eso: una prisa inmotivada, una impa­ ciencia física tormentosa. La razón de su enfermedad en la plena realidad de congoja, abandono, sufrimiento, y esperanza se ocultaba en el arcano de la vida. En el lenguaje evangélico no había otra razón que la Providencia. Dios, en su dinamismo infinito, no se apresura y llega siempre a tiempo. «Los vivos — desde ahora habrá que citar siempre a Rilke para decirlo en la belleza mágica de un verso— , los vivos cometen todos el error de distinguir con demasiada vehemencia» (55). Yo estoy seguro que si Leal empezara a escribir ahora sus pen­ samientos, sus «Horas», tendrían un ritmo diverso. Claro está que, desde un ángulo psicológico, serían menos interesantes y más ar­ tificiosas. No tendrían tanto hombre. La angustia ante el porvenir no es posible si no desde un «antes». La comprobación lógica «a pos- teriori», privaría a la vida de su originalidad. Es lo mismo que el juego de marionetas una vez que se conoce el truco: resulta un es­ pectáculo aburrido. No obstante, hay que confesar que la angustia del poeta enfermo era inmotivada: «distinguía con demasiada vehemencia». Porque las cosas están dotadas de una vertiente objetiva, su verdad, indepen­ dientemente de todo subjetivismo. La verdad es inmutable en sí misma. Como recuerda Machado, con su estilo punzante de «cantar y proverbio». (55) L a E leg ía s d e D u in o , E la g ía , I , p. 101.

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