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272 ITIN ERARIO E X IS T E N C IA !,.. recer suficiente la exposición de un hecho nítido, con caracteres precisos de biografía. No lo es, con todo. Nuestro mundo contemporáneo exige — y con razón— algo que so­ brepase a la simple cadena de acontecimientos. Quiere que la histo­ ria sea una motivación filosófica de gestos, de actitudes,, de conduc­ tas. Y todo esto supone un vivo fluir de ideas por el cauce terso de la conciencia. Tenemos que aclamar la nueva vivencia de Leal. La razón de ser de su optimismo contagioso. Y los matices deliciosos de su nueva visión de la vida... Vamos a esforzar la vista del espíritu para objetivar hasta el lí­ mite el fondo oscuro que se adivina en el tránsito de la depreisón al júbilo. ¿Qué sucede en el intermedio de ambas vivencias? De un modo más directo todavía: ¿Qué sucedió en el alma del poeta mientras las horas se iban precipitando del reloj de Santa María? Hemos hablado anteriormente de la doble fuente de influencias en la época primera del novecientos. Por una parte, la presencia de Unamuno y Antonio Machado que son los maestros indiscutibles — con Baroja, Ortega y Gasset, Juan Ramón y Azorín— de las ge­ neraciones jóvenes. Frente a la nueva ideología, la Iglesia católica sigue su labor callada, pero eficiente, con los métodos clásicos que nunca envejecen, porque el corazón humano es siempre el mismo. Leal Insua nació en un hogar católico. Su padre era — para usar de la frase de Erasmo— un «caballero cristiano». La infancia trans­ curre, pues, en un ambiente impregnado de sentimientos sobrios, ca­ si ascéticos. Allí aprende el niño la sorprendente lección popular, profunda y apremiante de la vida como camino. La seguridad de un dogma, transmitido de generación en generación con respeto sa­ grado, le sobrecoge hasta el entremecimiento. Dios, el Creador, el que habló a Moisés en la zarza ardiente... es el Padre extenso que está en los cielos. En la pared — como un escudo nobiliario— una imegen extraña, distendida y maltratada: era Nuestro Señor Je­ sucristo. No hay criterios empíricos que puedan captar las decisiones que provoca en la mente de un niño la vista del Crucifijo. Marcelino Pan y Vino ha tenido un éxito que no se debe únicamente a la suprema finura de su cuento infantil. La calidad primera de la obrita de Jo­ sé María Sánchez-Silva consiste, para mi opinión personal, en su va­ lor de sugerencia. El público español ha fijado sus ojos en la ino­ cencia de Pablito Calvo como se mira una foto ya casi olvidada...

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