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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 269 «Las cosas», han recibido una anunciación de belleza innúmera. Y contestan en el lenguaje de los sentimientos mejores: «¿De dónde viene ese impulso que sube a la superficie del alma y os hace sentiros buenos y os dice que acariciéis a los viejos, que apartéis la hormiga de vuestra pisada, que ayudéis al amigo, que perdonéis la ofensa?» (50). Pesimismo y esperanza son dos tiempos del corazón. Dos tiem ­ pos que siguen un proceso paralelo, pero antagónico. El pesimismo es un movimiento hacia dentro. El gesto se inhibe con la violencia de unos trazos fríos que excluyen el acercamiento e imposibilitan la confidencia firmada de la amistad. La esperanza, en cambio, se ca­ racteriza por su expansividad alegre o por una suave melancolía que se abre humanamente al diálogo. El rostro es animado por los ras­ gos amplios de la fuerza interior. El optimista, el esperanzado, sabe que «todo es posible aún »: «Madre... ...Me encuentras malo. No importa. Las aves cantan, hay sol en el cielo limpio... ¡Y es tan bella la mañana! (51). El poeta se ha contagiado de la vida que lo comprende desde su belleza y se entrega infantilmente al alborozo. Todos los enfermos hemos sentido ese grito casi sin motivo en nuestras venas. Algo así como un placer aéreo que transitara libremente por dentro. La sen­ sación indefinida, pero cierta, de «estar» bien. Una sensación dinámica, casi triunfal, de comunidad cósmica arrolladora que empuja con suavidad y con insistencia de niño juguetón: «¡Sonreír! Hoy sí que puedo decir que es bella la vida, y sólo porque en el campo vi unas flores. ¡Qué bonitas!» (52). ( 50 ) Primer Semillero de Poemas, p. 16 , núm . 8. ( 51 ) Mi Soledad sonora, p. 45 . ( 52 ) Horas, p. 35 .

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