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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 26 7 La metáfora se adentra por los campos fértiles de la geografía. Pero no olvida su misión primicial de exploración filosófica. Como antes se encaramaba a las ramas altas del sauce para humillarlo hasta las aguas de su pesimismo, se eleva ahora hasta la cúpula del pino verde para la nieve, que cae como un alegre sollozar de ángel escondido. La palmera del «semillero» tiene ya su sol... El pesimismo huye con una prisa fría de noche en la amanecida que se anuncia, para dejar en el alma un clamor blanco de banderas y de vivas... En el alma de Leal amanece la esperanza. La piel sútil de la luna, del árbol o de la tarde con lluvia, pue­ den revestir el latido prieto de cualquier vivencia humana. La pa­ labra noble, elemental, sonora, adquiere perfiles de credo poético. Y en ella sorprende con la admiración turbadora que los griegos decían sabiduría, el arco iris -verde, azul y verde-azul, amarillo, vio­ leta, rosa y verde-rosa..., el capullo al hacerse, los ojos al verse en otros ojos, brillantes como escarabajos de cristal negro — ¿recuer­ das, Platero?— . La metáfora sigue siendo la áurea abeja trajinante de las col­ menas y de los jardines del poeta. En todos los «árboles», posará su zumbido dulce y temeroso: en el ciprés «metafísico»; en el cho­ po que tiene en su hoja breve un pálpito de «conciencia»; en el sauce llorón, clandestino e «hipócrita»; en la higuera; en el laurel, que está destinado a «coronar la testa de los dioses»; en el olivo, en el camelio, en los encinares... (47). En el pórtico del « Sem illero », hay un mote que equivale a una confesión autobiográfica, la frase un poco exorbitada de Unamuno: «...Doy por una metáfora todos los silogismos, con sus e r - gos correspondientes que se puedan garapiñar en la garrafa escolástica; la metáfora me enseña más, me alumbra más, y sobre todo, encuentro calor debajo de ella, pues la imagina­ ción sólo a fuego trabaja...». La crisis, con la complejidad que hemos anotado, va dejando el paso a un estado psicológico más equilibrado. El niño se va hacien­ do un hombre, guiado por hechos instintivos y por nuevas viven­ cias racionales. Pero el itinerario es muy lento. Y es que toda evo­ lución exige un proceso humano de tiempo, dolor, experiencias y magisterio. Leal Insua ha superado ya sentimentalmente la primera etapa: la muerte dura del grano de trigo en el cieno sucio del in(47) P r im e r S em illero d e P o em a s, p. 40-41.

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