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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 265 trañable de su ser, hubiera resultado verosímil y lógica en el poeta sevillano: Machado es reacio a toda creencia. Y quien se deja llevar de los fuegos fatuos de cierta fraseología olvida que lo santo pue­ de ser un simple pretexto para hacer estética. Mientras su pueblo andaluz echa flores al paso del Jesús de la Agonía con la cruz mar­ tirial al hombro, él se refugia en la esquina de la heterodoxia: «¡Oh , no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar» (43). Desde ese reducto de resentido, la fe, la devoción, el arte re­ ligioso con su impresionante sensación de misterio, resbalan super­ ficialmente por la piel de su ironía. El pesimismo es la piqueta des­ tructora de sus posibilidades de retorno a la verdad. Aunque, en el caso de Machado, sería más preciso hablar de hallazgo, pues el «re­ torno», «la conversión», suponen una posesión anterior que se pierde o se olvida. Y , entre tanto, ahí queda la duda amarga, solitaria y acuciante del después. La soledad evanescente. La sequedad sin adjetivo. El gesto replegado, tieso y duro. El hombre que — de rigidez y esfuer­ zo— se ha convertido en una estatua de piedra: «Fe empirista. Ni somos ni seremos. Todo nuestro vivir es emprestado. Nada trajimos; nada llevaremos» (44). Machado es un descreído. Pero como por formación y por ca­ rácter es una «buena» persona, con esa bondad racionalista que fundamenta la ética natural, socialmente suple hasta cierto punto su vacío religioso con un comportamiento digno. Y aquí radica el drama de la conciencia laica. En la desproporción de los instru­ mentos vitales para realizarse a sí mismo. Como decía Pascal en una frase célebre: «L’homme passe in fin em en t l’homm e ». El hombre se ha perdido, se ha empobrecido vitalmente, por ha ­ berse encerrado en las fronteras angostas de un yo que ha frustrado el llamado de Dios. ¡Qué triste la impresión final de esta postura ante la realidad: ( 43 ) Campos de Castilla, p. 115 . ( 44 ) Ibid., p. 143 .