PS_NyG_1957v004n007p0239_0289

260 ITIN ERARIO E X IS T E N C IA L.. «El tiempo muere ante el dolor supremo, en él se anega el ansia; es el dolor eternizado el único que cura del que mata» (32). Pesimismo. Angustia. Incertidumbre. Fluctuación de barquilla en la marejada. Hacía falta una fe, una esperanza y un amor. «El Cris­ to de Velázquez », le traía en el alimento sustancial de la hombría y de divinización, el esfuerzo optimista que redime. ¿Reparó el poeta en ello? Las estrofas finales de su canto-oración son una vuelta a la verdad. De rodillas ante el misterio del Dios crucificado, reza: «... ¡Dame, Señor, que cuando al fin vaya perdido a salir de esta noche tenebrosa en que soñando el corazón se acorcha, me entre en el claro día que no acaba, fijos mis ojos en tu blanco cuerpo, Hijo del Hombre, Humanidad completa, en la incraeda luz que nunca muere; mis ojos fijos en tus ojos, Cristo, mirada anegada en Tí, Señor!» (33). Dostoyevski creía en la salvación del mundo esclavo porque no ha perdido de vista el horizonte cristiano del dolor. Cristo vivido con la espontaneidad de un injerto que brota, sin más razón apa­ rente que la inercia de generaciones creyentes (34). También Una­ muno divisa para toda angustia un alba y un lirio en el cuerpo blanco de Cristo. Y en su pecho, transfixo una ventana abierta a la esperanza: «...Nos pusiste en el cielo, hicístenos la noche para el alma ramillete de estrellas y aventuras; cual manto regio de ilusión eterna!» (35). Y en otro lugar: ( 32 ) Ibid., M editaciones (Por dentro), p. 74 . ( 33 ) El Cristo de Velazquez, parte IV, p. 268 - 269 . ( 34 ) Los Hermanos Karamazovi, Edit. Aguilar, pp. 957 , 894 ; D IAR IO , 1488 ... ( 35 ) Antología Poética, p. 157 .

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz