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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 257 una obsesión del carácter sustantivo de vaciedad, de deseo de ser, de búsqueda apasionante de riberas firmes para posar su pie. El ensayo, la novela, la filosofía, la poesía, vienen a identificarse en un momento de su espíritu: en el anhelo más furioso de inmorta­ lidad que haya agitado jamás al hombre. El lenguaje unamuniano se caracteriza por una vitalidad enor­ me de células laboriosas. Y por una contradicción que nos deja per­ plejos. Y como hombre es una contradicción permanente que, en el fondo, degenera en rarezas inverosímiles. «Contra ésto y contra aquéllo». Un paso adelante y se esfuman los límites y va contra todo. La peligrosidad de Unamuno no es de índole lógica; es de origen pasional, antiintelectualista. El hombre vive del instinto. De un ins­ tinto que ruge como un animal hambriento la presencia de un mun­ do transcendente. Y en el vaivén de esta ansia irracional, subte­ rránea y perenne de Dios, el dolor de ser, la angustia íntima, la com­ pasión, el sentimiento panteista del cosmos. Todo en una misma oieza y ..., lo peor, del caso, con naturalidad. Unamuno es un literato incomparable. Técnicamente es inferior a Ortega y Gasset, a Azorín y a Miró. En rigor, tiene un estilo tan suyo que las comparacionee formales, siempre extrínsecas, desvir­ túan el centro de una posible coincidencia. En cambio, es superior a todos en sinceridad subyugadora y en fuerza unitaria. En Una­ muno no hay más que una idea a la que se dedica una vida con una fidelidad ejemplar. No creo inexacto definirlo comounconversador de un diálogo — del diálogo ininterrumpido quefué su vida— consigo mismo y con Dios, ya que, como escribía A. Manchado. «quien habla solo espera hablar a Dios un día» (25). Seria innecesario advertir al hombre medio español que Unamuno entiende a Dios a su manera, bastante extravagante por supuesto. El mismo Cristo — al que ha dedicado lo mejor de su obra— es una creación subjetivista, de espaldas a su divinidad y, en algunos ca­ sos, en oposición a la misma historia. Esta heterodoxia sentimental y teórica desvirtúa la calidad de poemas tan bellos como «El Cristo de Velázquez », de una riqueza lírica y sugerente admirable. D. M i­ guel busca en toda la creación los motivos poéticos más definitivos para vestir el cuerpo desnudo del Crucificado: «luna, alba, rosa, nu­ be, lirio, paloma, león, cordero...». Sería una obra impecable en su dirección espiritualista, si no estuviera empañada por frecuentes errores teológicos. (25) C a m p o s d e C a stilla , p. 6, A fr o d is io A g u a d o , S. A ;, M a d rid .

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