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254 ITIN ERARIO E X IS T EN C IA L .. sido interpretado por «El Greco». Y es que es difícil — sumamente difícil— , solidarizarse con el pensamiento ajeno cuando sonríe el triunfo y el esfuerzo obtiene su finalidad inmediata. La lamentación del poeta enfermo es impotente y cae en el vacío con un desencanto altivo de estrella fugaz que se apaga: «Pero mi vida, ¡ qué estéril!: es un desierto de abulia» (21). No conozco otro pasaje tan sinceramente pesimista en la obra de Leal Insua. Ni siquiera las visiones desoladoras de la guerra, en «Mascarada trágica». Pero felizmente el poeta no se sitúa defini­ tivamente en el sentimiento de su abandono. Desde ahora va a comenzar la ascensión espiritual al sentido teológico del trabajo, de la renuncia y de la enfermedad. El gozo de la Providencia se em ­ pieza a definir con su perfil concreto de prueba. En la lucha a brazo partido con el ángel, triunfa, una vez más, el ángel. Cuando se cree solidario en el mundo egoísta, le roza la frente una caricia de ala y escribe: «A mi madre, en la evocación de un tiempo mejor» (22). No importa que tenga un último arranque teatral: «...De la vida en la inclemencia — nube negra de lotananza— ya se ha muerto mi ilusión. He perdido la inocencia. He perdido la esperanza. He perdido..., ¡el corazón!» (23). Es el aparato impresionante de la tempestad. La amarga furia del alma en pleamar de pesimismo. La hora mala de la sangre de fuego en las venas. Después de la tempestad el cielo se serena y queda hermoseado como las flores en el rocío del amanecer. El mar se vuelve azul, verde-azul, blanco-azul en la playa pacífica. La sangre se posa con un llamear purísimo que hace más blanda la mirada y la palabra... ( 21 ) Horas, p. 59 . ( 22 ) Ibid., p. 43 . ( 23 ) Horas, p. 44 .

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