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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 253 del poeta», escucha la confidencia del poeta, recostada en su sua­ vísima claridad de astro. Quisiera ser, como ella: «O la luz pálida y fría de la luna que en las sombras de la noche los caminantes alumbra...» (19) Toda su vida se rebela con la fuerza de un instinto malo, en los últimos versos. La crisis normal de la juventud es siempre aluci­ nante por la constitución misma de la mente juvenil. Ha desapare­ cido el candor, la ingenuidad o como quiera llamarse que caracte­ riza al niño sobre todo cuando ha sido alejado por una voz experta de los posibles peligros de perversión. La familia sana respeta las vivencias latentes en el corazón humano en estos años de inexpe­ riencia, sabiendo que la vida tiene misterios sagrados que ella mis­ ma ha de desvelar en la circunstancia más oportuna. La moderna teoría de la coeducación con sus incitaciones fuertes viola uno de los derechos más humanos del niño: su derecho a la paz del co­ razón que una iniciación precoz — particularmente en los problemas de tipo biológico— altera o traiciona. En nuestro poeta el problema biológico se recrudece porque coin­ cide con una irritación alarmante de un problema moral — su inac­ ción que lo sitúa en un plano inferior a la realidad de una vida dinámica, arrolladora— y con un problema estético. Su hiperestesia de artista es un don de Dios — qué duda cabe— , pero los dones del cielo tienen con frecuencia el filo desnudo de una daga... Y el hombre llora su soledad sin que nadie lo comprenda. Es muy exacto que el dolor purifica, eleva, espiritualiza. El lenguaje cristiano usa de una frase todavía más atrevida, que los místicos han vulgarizado en sus narraciones con una preocupación parené- tica: el dolor diviniza. Pero una cosa es su valor ascético y otra su acción incómoda. El mismo Jesús que — para Unamuno (20)— ha dado al hombre su más alta medida y al universo una finalidad humana, se quejó al Padre de un cáliz excesivamente doloroso. Quien haya meditado en la soledad del huerto está capacitado para com­ prender el sueño aturdido y trágico de los apóstoles, tal como ha ( 19 ) Horas, p. 59 . ( 20 ) El Cristo de Velazquez, parte IV, I, p. 259 de la «.Antología poética », Madrid, 1942 . Selección y prólogo de Luis Felipe Vivanco. Ed. Escorial.

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