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FR. JOSE CALASANZ DE LA ALDEA 251 más que su dolor, insistente y áspero como una tarde de tormenta. El dolor que lo abruma con el ahogo de las hemoptisis y el senti­ miento brutal de que es un estorbo en la vida. Y , en un momento de inconsciencia, dolorido por su propio dolor, compara su pasi­ vidad con el dinamismo pujante del cosmos; con la viva alegría que emana de la flor, del paisaje, de la Luna, del incienso en una de las poesías que más me han impresionado en el poeta de Vivero. Sin una mano amiga, sin los pasos presentidos que delataran la presencia de la mujer esperada en la limpieza de su pasión prime­ ra ... Sólo con su soledad y con su sufrimiento, cae desde la gloria de un vuelo mil veces ensayado. Y , en todos sus pasos, el llanto ahogado de su madre. En su casa, un esfuerzo continuo para no llorar delante del hijo, que sufre más por este desvelo. Hasta que un día no puede resignarse con sus Horas: «Mi vida, ¡vale tan poco...! No merece la aventura. Si fuera, al menos, deseo; si fuera, al menos, columna de humo de incienso que sube a la altura...» (13). Nada. Ya ni la sorpresa ilusionada de un tiempo mejor. Ni la co­ munión única en el devocionario de la soledad. Ni la precocidad en­ trañable de los caminos. Hasta el paisaje le hace daño con la pro­ mesa de sus flores y la bondad de la Luna: «Mi vida vale muy poco. ¡Ah, si fuera como lluvia que desciende suavemente y los jardines fecunda!» (14). No sabía que llovía ardientemente en su corazón. No sentía, na ­ ciéndole en el interior, la semilla de la palabra noble. No había lle­ gado a la conquista del reino del hombre entero. La vida no le ha ­ bía acompañado por sus parques inexplorados. Y Dios se velaba de ángeles silenciosos... La providencia, cuyos caminos son tan dife­ rentes de los planes terrenos, no le había dicho como a Saulo en el polvo cegador de Damasco lo qué tenía que hacer. ( 13 ) Horas, p. 59 . ( 14 ) Ibid.

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