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FR. CLAUDIO DE V ILLARR IN 225 y facilitación de la obra educativa» (18). «Hoy, dice Buyse, el maes­ tro no es ya el verdadero agente de la formación intelectual; el «magister dixit» se ha convertido en un argumento de fuerza sin ningún valor. Es al alumno mismo a quien corresponde instruirse, bajo la prudente dirección del maestro. La fórmula moderna es: disceat a puero magister» (19). Comprendemos así el papel insusti­ tuible que ocupa el interés en la enseñanza, puesto que sin él no se concibe una auténtica educación, porque es causa de la actividad mental de la inteligencia y de todas sus posibles variaciones. Me permitiré citar palabras autorizadas de un viejo maestro: «El hombre necesita, dada la condición de su ser concreto, del cual no se despoja el que abraza la vida religiosa, estímulos diarios, de algún modo tangibles, que de un modo interno, vital, impulsen y manten­ gan perseverantemente en él un temple elevado de interés y entu­ siasmo en la ejecución de sus tareas diarias. Nos ceñimos al estudio. Debe tener en perspectiva algo que por si mismo, por valor positivo ejerza sobre él tal poder de a tracción que le man tenga absorto, d e­ bidam ente con cretad o y ponga en plena y espontánea actividad su con ten ido dinámico». Por tanto, un interés que procede no por coac­ ción externa, que se opone a un estado de inercia que quizá haya en los individuos, sino que el individuo se sienta él mismo interna, espontáneamente preocupado. También la experiencia ha comprobado el valor del interés en la enseñanza. Veamos sólo algunos casos. Dos grupos de estudiantes aprenden listas de palabras: uno escucha con apatía, sin ganas la recitación oral del profesor; otro, en cambio, pone voluntad en el trabajo. El resultado del examen, según el testimonio del profesor Peterson, es éste: en la recitación inmediata el segundo grupo superó al primero en un 22% . En la diferida, después de dos días, en un 50% (20). «La importancia de la voluntad de aprender, dicen los dos autores, fué muy bien puesta de relieve hace algunos años por Ebbinghaus. Este dióse a sí mismo una lista de sílabas sin sentido, que repitió varias veces con la intención de recordarlas. Al cabo de cincuenta repeticiones, pudo recordar escasamente una sola sílaba. Sin embar­ go, cuando se propuso rigurosamente dominar la serie, aprendió ( 18 ) Ibid. tom . I, p. 22. (19) Ibid., p. 22. ( 20 ) R. H o ld e r W h e e le r y F. T. P e r k i n s : Fundamentos del desarrollo mental. M éjico, 1951 , 2 .* edic., trad, de Dom ingo Tirado Benedi, p. 288 .

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