PS_NyG_1957v004n007p0149_0179

1 6 2 V ISION INTELECTUAL Y SACERDOTAL DEL CINE nes incumbe la responsabilidad de tomar en consideración las re­ comendaciones de los censores». El problemabásico de la censuraes determinar «dónde acaba la proteccióno salvaguarda de lamoralidad y dónde comienza la su­ presiónarbitraria de la expresión artística». Y ésta sí que es cues­ tióneterna. En cambio, lo que sí sería ciertamente una aspiración de público y censores es que fuera verdad la constatación del si­ guientehecho: la censura tiende cada vez más a poner su confianza en el buen sentido de la gente. Nos tememos, sin embargo, que se trate solamente de una confianza excesiva. Biensabido es que si, por unaparte, lacensuraes yaunhecho universal y razonable en todos los países civilizados, cada uno de ellos cargalaatenciónsobrealgúnaspectode lamoralidad. Lanor­ teamericana define los tabús sexuales y religiosos y codifica las es­ cenas de violencias criminales. La inglesa, cuida particularmente las películas «negras». La francesa, evita a losmenores de dieciséis años las escenas deviolenciasyesmenos severaquesuscolegas an­ glosajones ante las escenas «de amor». La censura suiza no es una comisiónpermanenteparatodas laspelículas, sinoparaaquellas que le son remitidas como dignas de especial cuidado. Todas las cen­ suras coinciden en la suprema delicadeza que exige tanto el fun­ cionamiento de sí mismas, como la designaciónde las personas que las han de componer. Todas estas cuestiones como otras más, el Derecho y el Cine; sus servidumbres sociales, tutelas y censuras; intervención de po­ deres públicos o privados, oficiales u oficiosos; actitud de los pa­ dres ante el problema de la frecuentación del cine por sus hijos; necesidad de la clasificación de las películas y la oportunidad de una revisión de esas clasificaciones, son cuestiones que indican la enorme preocupación moral que el cine ha llegado a ser, no sólo para lapedagogía y espiritualidad, sino sencillamente para lamis­ ma Filmología. Las actitudes son muy dispares ante la proporción moral que se atribuye al cine: desde aquella que lo considera escuetamente como diversión o arte sin trascendencia moral alguna, hasta esa otra que ve enel cine el origende toda la inmoralidad reinante e intrínsecamente inmoral en sí mismo. No se crea, como fácilmente pudiera pensarse, que sean sólo rigoristas de diversos credos reli­ giosos omorales los que se adscriben a esta última opinión de la inmoralidad casi consustancial, si no al cine, sí a su histo­ ria experimental. A título de curiosidad mencionamos la comu­ nicacióndel escritor filmológico yhombre de cine, J. LoDuca, con su explosiva comunicación: «El erotismo en el cine».

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz