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P. JOAQUÍN DE EN C IN A S, O. F. M. CAP. 103 católica y en favor del catolicismo hemos de romper cuántas lanzas sean necesarias, aunque no sea más que para no claudicar ante nues tros tradicionales enemigos (73). Siempre — lo hemos visto a lo largo de su pensam iento— le causó repugnancia el progreso material que ha sido la gloria de muchas naciones europeas; por eso con fiesa G a - nivet que es preferible antes que ser grandes en este sentido per manecer tranquilamente en este estado de postración en que se halla E spañ a ; porque no merece la pena molestarse para tan poca cosa. CONCLUSION No es cosa de valorar una doctrina por la intención de su autor. Pero será siempre laudable, en tem as políticos, el equilibrio de es píritu y el denodado a fán de búsqueda sincera de la verdad. Ganivet adopta, metodológicamente, la actitud de un profesional de la m e dicina que no tuviese aceptación de personas. Lo importante es la en fermedad y el remedio eficaz, sin prejuicios ni salvedades. G a nivet siente la misión educativa y conciliadora que han senti do, entre otros, Balmes o Aparicio. En su a fán apostólico, quie re llegar al corazón de todos los españoles, salvando diferencias y accidentales discrepancias. Lo importante es la impronta genérica de una nacionalidad común. Y en ese punto todos deben sentirse un i dos, agrupados bajo el acogedor epíteto común de la «españolidad». Ganivet se coloca lo su ficientemente elevado como para que le oigan y le entiendan todas las banderías políticas y todas las diversas agrupa ciones sociales; es decir, todos los hombres de buena voluntad. Es esa una posición ineludible para tratar de política, la posición que adoptaron también un Balmes o un Aparisi en su tiempo, y que suele ir acompañada del éxito: del hallazgo de la verdad, que es a lo más a que puede llegar la iniciativa privada. Y porque Ganivet habló p a ra todos, su voz sigue rebasando las barreras de los individualismos e incluso del tiempo. El ideal sigue siendo la fuerza energética de la vida nacional. No puede haber acción decidida, si no hay programas claros ni fines con cretos. Pero no le basta al ideal la claridad — que seduce a los en tendim ientos— ; necesita el jugo místico que le da el hecho de ser «nuestro». No hay ideal político que no sintetice y represente, en sim (73) ibid.., t. i, p. no.
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