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P. JOAQUÍN DE EN C IN A S, O. F. M, CAP. 9 3 ante la vista la solidaridad y la concordia fraterna para llegar a una solución que los intereses particulares han hecho imposible. Y se dice recapacitando consigo m ism o : Voy a llamar a todos los her­ manos y les voy a hablar del siguiente m odo : tenemos que llegar a un acuerdo. Y todo es fácil, si cada uno de nosotros aporta la mejor buena voluntad y el m ás sincero propósito de entendernos. Y así suponiendo a todos los españoles presentes, Ganivet les re­ conviene: «Con un sistema u otro se va donde se quiere ir, si no fa ltan inteligencia y buenos propósitos» (51). No merece la pena por tan to esas disensiones en que os entretenéis y quien quiera de­ rramar su sangre sepa que puede encontrar motivos mucho m ás no ­ bles que éste. Y si alguno le bulle tan to la sangre que no puede es­ perar, sepa también que hay suficientes sangradores en España que pueden intervenir sin mayor dificultad. Asentada esta conclusión, Ganivet demuestra cómo efectivam en ­ te la participación del pueblo en los asuntos nacionales por medio del sufragio, puede ser buena y m a la, como la representación po ­ pular por el método parlamentario puede ser óptima con ta l de que los parlamentarios se comporten debidamente. La reconvención de nuestro escritor pudiera ser en estos térm i­ nos: «Yo soy partidario de «que todos los hombres que viven en sociedad tienen derecho estricto a intervenir en el arreglo de los asuntos de interés común» (52). Esto es indudablemente preferible a concederles a unos el derecho y negárselo a otros; antes que an ­ dar con estas odiosas distinciones sería también preferible, «volver al derecho divino y resumir todos los derechos parciales en el dere­ cho de un autócrata». Hasta me parece muy provechoso esto del su ­ fragio para sacar del anon imato a las clases hum ildes; sin el su ­ fragio muchos morirían sin haber sido nada concreto y real en el mundo. Por el con trario; con el sufragio todos pueden salir a la palestra con su propia voz y tono ; ¿quién no se siente transformado, por rudo que sea, al saberse consultado como oráculo de la opinión nacional?» (53). Gan ivet sigue monologando consigo mismo. Justo es reconocer, viene a decir nuestro escritor, que el sufragio tiene su anverso y su reverso. Hemos visto la parte buena. Pero existe la posibilidad de que la votación sea falsificada por los interesados en la cues­ tión. Hay también muchos que son incapaces de opinar en estos asuntos y la posibilidad, más deplorable aún, de que gente sin con - (51) ibid., t. i, p. 642. (52) Ibid., t. I, p. 640. (53) Ibid., t. I, p. 639.

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