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270 P . C a rlos d e Villapadierna, O . F . M . C a p. nisterio sacerdotal en medio de un pueblo rudo e ignorante «Necesitamos — se di­ cen— no doctores, sino apóstoles y párrocos»; otras veces, acuciados por la ne­ cesidad urgente de sacerdotes que administren los Sacramentos o de misioneros que vayan entre los indios incivilizados. Y para justificar su posición, aducen ejemplos concretos de alumnos espléndidamente dotados, pero que, sin embargo, no rinden, y en la predicación, por ejemplo, son aventajados por otros que a duras penas daban la talla cuando estudiantes. A esto contestamos: 1) El sacerdote no es un predicador, ni un confesor, ni un doctor; es, antes que nada, un maestro, un evangelizador y transmisor de un mensaje de salvación. Por tanto, su capacidad de magisterio no puede enjuiciarse con relación al público ordinario, un tanto rústico, de ciertas parroquias. Es demasiado amplia lamisióndel sacerdote para limitarla a una feceta de su actividad. Aun cuando el sacerdote de­ biera pasar toda su vida entre indios incultos, debería poseer una formación intelec­ tual esmerada. Si el sacerdoteno es unhombre de estudio, capaz de penetrar el tesoro de verdad, de fe y de revelación que posee, vivirá como un descentrado o un pro­ fesor que no sabe la materia. Cuanto más rústico sea el ambiente, más amor al estudio ha de tener, para no convertirse en uno más de la aldea. De un sacerdote que en un pueblo de campaña pierde el hábito del estudio, y con él la elegancia espi­ ritual, la delicadeza de gestos y ademanes, que le diferencian y destacan sobre sus feligreses, decimos que está «atiado». Si esto sucede a quien llega a los pueblos con buena dosis de cultura y formación, ¿qué pasará con aquellos que carecen de amor a las ciencias y de una sólida formación intelectual? Además, según la feliz expre­ sión de Pío XI, el estudio, bien entendido, «es el mejor alimento de la piedad». La experiencia confirma la frase. Pueden promoverse los candidatos ignorantes al sacerdocio; pero a condición de obtener la seguridad de que un día, como los senci­ llos Apóstoles, serán transformados por el carisma pentecostal. «Particularmente sintomático— dice Landucci —, como equivocada interpretación del primado de la piedad sobre las demás dotes del sacerdote, es la encomienda del oficio de directores espirituales de institutos a sacerdotes de escasa capacidad intelectual» (14). Rosmini definía al director espiritual de los seminarios como «la pers'ona más im­ portante de todas, hombre de gran piedad y de mucha cabeza, pues las cabezas pequeñas se inutilizan cuando los fines son óptimos». Hay otro escollo que debemos denunciar y tratar de evitar. Quizá existe hoy en los colegios religiosos de formación y en los seminarios un desenfrenado afán de igualarse a los estudiantes de carreras civiles, a fin de no desentonar en la sociedad, dentro de la cual el sacerdote ha de ejercer su ministerio. Este afán desmesurado les lleva a la lectura de todas las obras literarias, antiguas y modernas, de todas las revistas que llegan a sus manos. «Es necesario— se dicen— saber de cine, de tele­ visión, de la bomba atómica, de deportes, de medicina, de química y de otras muchas cosas más.» Esto, sobre todo si se hace con el noble fin de un ejercicio más eficaz del ministerio, es bueno y laudable; pero conviene no omitir lo principal: y lo principal es el estudio concienzudo, reflexivo, sistemático y metódico de las ciencias eclesiás­ ticas, que son las que le dan personalidad y le capacitan radicalmente para llevar la redención a las almas. Mucho me temo que más de una vez las palabras amargas de los profetas pudie­ sen también aplicarse a los profetas de hoy: «También contra vosotros me querello, ¡oh sacerdotes! Tropezarás en pleno día, y contigo tropezará también el profeta, y la noche será semejante de tu día. Perece mi pueblo por falta de conocimientos; por haber rechazado tú el conocimiento, te rechazaré yo a ti del sacerdocio de mi ser­ vicio; por haber olvidado tú las enseñanzas de tu Dios, yo me olvidaré de tus hi- (14) P. C. L a n d u c c i : La Sacra Vocazione. Edizioni Paoline. (Roma, 1956) 125.

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