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Voca ción religiosa y sa cerd ota l: N aturaleza y O bliga toried a d 26 7 La idoneidad y la intención recta son efectos propios de la vocación, según la sentencia del P. Wuenschel, y, por tanto, son señales para conocer la verdadera voca­ ción. Se requiere también que el superior competente admita al aspirante a los vo­ tos, a semejanza de la elección de los candidatos a las órdenes por el obispo. En am­ bos casos es una acción jurídica, puesta en nombre de la Iglesia, que no constituye la vocación misma, sino que más bien la presupone, comprueba y confirma. Lo mismo afirma acerca de la vocación sacerdotal en la Enciclopedia del Sacer­ docio: «La vocación sacerdotal presupone un conjunto de dotes físicas, intelectuales y morales, mediante las cuales el aspirante puede hacerse relativamente digno de llegar al sacerdocio y capacitado para desempeñar fielmente sus sagrados deberes. La vocación en sí consiste en la inspiración de la gracia, por medio de la cual Dios hace nacer, crecer y madurar la inclinación y el deseo de hacerse sacerdote.» Como se ve, estos dos autores centran la esencia de la vocación en la inspiración y moción de Dios para abrazar el estado religioso. La actuación del superior se reduce a una mera acción jurídica en nombre de la Iglesia. Sin embargo, según Pío XII, en el concepto de vocación entran dos elementos igualmente esenciales: «Et primo quidem totius vitae sive religiosae sive sacerdotalis et apostolicae funda- mentum, quod divina vocactio appellatur, duplici veluti essentiali elemento constituí neminem ignorare volumus, divino scilicet altero, altero autem ecclesiastico» (6). El elemento divino y el eclesiástico son puestos en la misma línea de igualdad e importancia; por tanto, ambos son igualmente esenciales y necesarios en el concepto de vocación. Son palabras estas del Papa, luminosamente orientadoras, después de tantas disputas hasta nuestros días. Cuando se habla de vocación divina, espontáneamente pensamos en el misterio de la divina voluntad que elige ab aeterno. «Pero hay que tener cuidado— escribe Landucci — con limitar a sólo esto la formalidad de la vocación» (7). Vocación quiere decir «llamada». En toda llamada hay que distinguir el que llama, el llamado y la llamada propiamente dicha, que es la comunicación o mani­ festaciónde lavoluntad del llamante al llamado. Estomismo acontece en lavocación, en la llamada por excelencia que aquí estudiamos. De un lado está la voluntad electiva de Dios, que constituye propiamente una voluntad de beneplácito; de otro lado, su comunicación, o sea la llamada del elegido. Dada la unión de los dos ele­ mentos, es justo que ambos se tengan presentes; pero advirtiendo siempre que el primero es el factor eficiente, y el segundo, el constitutivo propiamente formal. Es decir, la voluntad de Dios es la norma de la elección de estado. Para que esa voluntad de beneplácito se haga vocación, llamada, es necesario que se manifieste y comunique al elegido. Los medios mediante los cuales ordinariamente Dios mani­ fiesta al alma su elección al estado religioso o sacerdotal constituyen la esencia de la vocación. Y esta voluntad de Dios generalmente se manifiesta, según la Sagrada Escritura, la tradición, las leyes y documentos pontificios, en la aptitud o idoneidad del candidato, en la rectitud de intención correspondiente a la gracia interna y en la aceptación o llamada del obispo o superior competente. Examinando cada uno de estos factores, aquilataremos mejor la naturaleza de la vocación. I) A p t i t u d o i d o n e i d a d . — Este primer punto manifestativo de la llamada está presidido por el principio providencialista: «Illos quos Deus ad aliquid eligit, ita praeparet et disponit, ut ad id quod eliguntur inveniantur idonei» (8). Debe existir, ante todo, una idoneidadradical en cuanto a la naturaleza y al tem­ peramento, y una idoneidad progresiva o evolutiva de perfección de las dotes natura- (6) AAS, 48 ( 1956 ), 357 . ( 7 ) P. C. L a n d u c c i : La Sacra Vocazione. Edizioni Paoline. (Roma, 1956 ) 93 . (8) S t. T h om a s: III, 27 , 4 c.

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