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Psicohigiene del trabajo intelectual 253 Si vamos pasando nuestra mirada por los sabios más ilustres, esos hombres, que han brillado en el mundo científico como estrellas de primera magnitud, nos daremos cuenta inmediatamente de que eran hombres de una gran aten­ ción, hombres de una abstracción tal, de una capacidad de concentración que parece imposible. Recuérdese la anécdota curiosa que se cuenta de Arquímedes, cuando dirigía la defensa de Siracusa, sitiada por los romanos. Un día los soldados romanos asaltan la ciudad, y Arquímedes, totalmente abstraído, continúa trazando en la arena figuras geométricas, sin darse cuenta de que la ciudad había caído en poder del enemigo. Y aquella otra de Santo Tomás, el cual, convidado por el Rey de Francia, San Luis, a un banquete, da un puñetazo en la mesa en medio del convite y exclama: «Conclusum est contra ma- niqueos.» El Rey manda venir a su Secretario para que copie el argumento que acaba de ocurrírsele al Santo. Conocidísima es también la de aquel otro sabio, tan absorto en sus especulaciones, que se olvidaba hasta de comer. Por último, optó por mandar que le llevasen la comida a su cuarto de es­ tudio, a fin de poder seguir estudiando mientras comía. Un día coge una sar­ dina y la coloca de señal de un libro. No sabemos hasta qué punto estas anécdotas sean ciertas. Es posible que haya un poco de exageración en ellas. Pero lo que sí es cierto es que el hombre intelectual, entregado de lleno al estudio, tiene su atención tan concentrada en el problema que le preocupa, que todas las demás personas y cosas que le rodean le pasan casi inadvertidas. Y no hay que darle vueltas, solamente estos hombres que han llegado a la «polarización cerebral» o atención crónica, son los que han producido verdaderas obras científicas, aunque quizá muchos de ellos no pudieran ser incluidos dentro de los superdotados en cuanto a capacidad intelectual. «Casi todos los que desconfían de sus propias fuerzas ignoran el maravi­ lloso poder de la atención prolongada. Es una especie de polarización cerebral con relación a un cierto orden de percepciones, afina el juicio, enriquece nuestra sensibilidad analítica, espolea la imaginación constructiva y, en fin, condensando toda la luz de la razón en las negruras del problema, per­ mite descubrir en éste inesperadas y sutiles relaciones. A fuerza de horas de exposición, una placa fotográfica situada en el foco de un anteojo dirigido al firmamento llega a revelar astros tan lejanos que el telescopio más potente es incapaz de mostrarlos; a fuerza de tiempo y de atención, el intelecto llega a percibir un rayo de luz en las tinieblas del más abstruso problema» (6). Claro está que para esto es necesario mortificar muchas veces la curiosidad y tener (6 ) S . R a m ó n y C a j a l : O. c., p . 61 -6 2 .

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