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2 5 2 P . T o m á s d e Fontanil, O . F . M . C a p. atención involuntaria, lo cual debe ser nuestro ideal en este punto, conseguir que, de un modo involuntario, inconsciente, nuestra atención se fije en el estudio y que no oscile, sino que sea permanente, durante el tiempo que estamos en­ tregados a él. Y tendremos también lo contrario. A medida que va dismi­ nuyendo nuestro interés por un objeto o problema, va también disminuyendo proporcionalmente nuestra atención sobre ese problema y pasamos, sin darnos cuenta, a pensar en otra cosa. No olvide el educador que en los niños es esta atención involuntaria, inconsciente, la que les domina casi absoluta y exclusivamente. El niño no atiende más que aquello que le interesa. Por eso no hay otro camino para centrar su atención en algo, más que lograr que le interese mucho, procurando hacérselo agradable, simpático y hasta «distraído», si vale la expresión, aparentemente contradictoria. El interés es, pues, el factor principal para mantener nuestra atención sobre un objeto o problema determinado, en nuestro caso el estudio. Después de cuanto acabamos de decir, fácil será darse cuenta del gran papel que desempeña la reglamentación de la atención en el trabajo intelec­ tual. Es evidente no sólo su conveniencia y utilidad, sino su verdadera ne­ cesidad, para todo aquel que no quiera perder lastimosamente tiempo y ener­ gías en su vida intelectual y, sobre todo, para aquel que pretenda rendir el máximum de que es capaz en el trabajo intelectual. «El primer medio para pensar bien — dice Balmes en El Criterio — es atender bien. La segur no corta si no es aplicada al árbol, la hoz no siega si no es aplicada al tallo. Algunas veces se le ofrecen los objetos al espíritu sin que atienda, como sucede ver sin mirar y oír sin escuchar; pero el co­ nocimiento que de esta suerte se adquiere es siempre ligero, superficial, a menudo inexacto o totalmente errado... Es de la mayor importancia adquirir un hábito de atender a lo que se estudia o se hace, porque, si bien se observa, lo que nos falta a menudo no es la capacidad para entender lo que vemos, leemos u oímos, sino la aplicación del ánimo a aquello de que se trata... Un espíritu atento multiplica sus fuerzas de una manera increíble; aprovecha el tiempo atesorando siempre caudal de ideas; las percibe con más claridad y exactitud, y, finalmente, las recuerda con más facilidad, a causa de que con la continua atención éstas se van colocando naturalmente en la cabeza de una manera ordenada. Los que no atienden sino flojamente, pasean su entendimiento por distintos lugares a un mismo tiempo; aquí reciben una impresión, allí otra muy diferente; acumulan cien cosas inconexas que, lejos de ayudarse mutuamente para la aclaración y retención, se confunden, se embrollan y se borran unas a otras» (5). (5 ) J. Bai.m es: O b ra s com p leta s (B . A . C ), v o l. III, p. 558.

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