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186 Fr. Pelayo de Zamayón, O. F. M. Cap., P. U. E. de Salamanca Todo este cúmulo de circunstancias ha de tenerse presente cuando se trate de enjuiciar una situación concreta. Convendría, sobre todo, que to maran muy en cuenta dichas dificultades insoslayables ciertos espíritus im pacientes, aunque bien intencionados, quienes desearían que esta grave cues tión social estuviera ya resuelta en España desde hace muchos años; y vitu peran acerbamente a los patronos, se despotrican contra los Sindicatos, critican al Gobierno por haber aguardado hasta esta primera mitad de no viembre de 1956 para decidirse a elevar el nivel de los salarios mínimos, y hasta censuran a la misma Jerarquía eclesiástica porque no ha conseguido que todo esto estuviera a la hora de ahora resuelto de una vez para siempre. Pero lo cierto es que toda la gallardía que puedan ostentar las soluciones «de rompe y rasga» resulta inútil y hasta perjudicial en cuestiones tan de licadas y complicadas como ésta del salario justo; las cuales requieren esme rado estudio, prudencia y tiento en los dirigentes, y buena 'voluntad y coope ración leal en todos; mas no prisas ni apresuradas improvisaciones. Porque hay que reconocer sinceramente que los obstáculos no provienen tanto de la avaricia de los empresarios, de la ineptitud de las Organizaciones Sindi cales, ni de la lentitud del Gobierno, ni de la pasividad de la Iglesia, cuanto de la estructura misma económico-social de las naciones civilizadas con temporáneas. En efecto, la importancia del salariado es mucho menor en los pueblos bárbaros y en los salvajes, como algunos del Africa Central, de Oceanía y del Asia Meridional, y varios aborígenes de América, en todos los cuales parece que este régimen es poco practicado y hasta no muy conocido. Esa importancia sería también exigua en pueblos civilizados que mantuvieran el régimen de esclavitud de la mano de obra. Es obvio que, realizando la mayor parte del trabajo los esclavos no retribuidos con salario, éste tendría corto alcance y escasa importancia; por ejemplo, en Grecia, en Roma..., y así gradualmente aumentándola durante la Edad Media y la Moderna, hasta la abolición definitiva de la esclavitud hace menos de un siglo en los Estados Unidos de América del Norte. Finalmente, mayor sería la importancia del salariado en pueblos civilizados y libres, pero de industria no desarrollada; es decir, en aquellos en que la producción agrícola corra a cargo de pequeños labradores que por sí mismos cultiven sus pegujares, la industria se prac tique solamente por modestos artesanos y, por fin, el comercio se reduzca a la permutación o compraventa de los productos del país ejercitada por de tallistas independientes. La importancia y dificultad del salariado se acrecienta cuando el pueblo es simultáneamente culto, libre e industrializado, como lo son en mayor o menor grado los occidentales, muchos asiáticos, y lo serán, al cabo de no
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