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Hacia e! salario justo 1 8 5 se presenta erizado de tales y tantas dificultades — por fuerza de los intereses encontrados — que a veces se siente uno inclinado a admitir la antigua le­ yenda de que el oro (el dinero, diríamos hoy) posee un satánico poder de atracción de muy funestas consecuencias. Pues bien, la gravedad y dificultad del problema provienen de esas tres causas, o, mejor, de esos tres grupos de causas, además de algunas otras dimanantes de la naturaleza misma del sistema del salariado tal y como se practica ahora en los pueblos civilizados y como se viene practicando desde hace siglo y medio, cuando comenzó a desarrollarse el movimiento industrial contemporáneo, cada vez más en auge. En estas circunstancias, el salario es, en efecto, el canal por el que fluye normalmente la riqueza de un pueblo para difundirse por entre todos los estratos sociales, desde los grandes po­ tentados del dinero — individuos o Empresas — hasta los trabajadores que no poseen más recursos económicos que sus brazos y su inteligencia; que constituye el fin natural e inmediato de la actividad laboral de cuantos tra­ bajan por cuenta ajena para ganarse decorosamente la vida; que forma como el eje de la distribución de los bienes económicos producidos en todo el país, y que afecta directamente (refiriéndonos a España) a más de la mitad de la población e indirectamente a todos los miembros de la nación entera. La importancia de las soluciones que se den al salariado y la de sus repercusiones en el orden económico-social salta a la vista con solas estas breves indicaciones, todas ellas evidentes por sí, menos la última. Para captar el alcance de la cual téngase presente que el número de trabajadores asciende en España a cerca de nueve millones (6) y en la actualidad acaso los supere. Súmense a esos obreros sus esposas, sus hijos, los patronos que les dan trabajo..., y se verá cuántos millones de españoles hallan en el sala­ riado una cuestión práctica, vital y difícil de resolver. Algo similar acontece en las demás naciones civilizadas. Con sobrada razón se preguntaba el Sumo Pontífice Pío XII: «¿Mas quién no ve que la cuestión obrera, por la dificultad y variedad de los problemas que implica, y por el vasto número de los miembros a quienes afecta, es tal y de tan gran necesidad e importancia, que merece más atento, vigilante y previsor cuidado? Cuestión delicada como ninguna otra; punto neurálgico, podríamos decir, del cuerpo social, pero a veces también terreno movedizo e insidioso, expuesto a fáciles ilusiones y vanas esperanzas irrealizables, para quien no tenga, ante los ojos de la inteligencia y el impulso del corazón, la doctrina de la justicia, equidad, amor, recíproca considera­ ción y convivencia, que inculcan la ley de Dios y la voz de la Iglesia» ( 7 ). (6 ) E. P é r e z B o t i ja : Derecho del Trabajo, 2.a ed. (Madrid. 1950), 210. (7) Paz en el mundo. Colee, cit., p. 476.

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