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aducidas bastan para deducir la conclusión: Todos están conformes: los Sumos Pontífices, los Gobernantes españoles, las Organizaciones Obreras Internacionales y, finalmente, el consentimiento universal; como tal puede estimarse el testimonio de la O. N. U., pues hasta las naciones dominadas por el comunismo aceptaron la famosa Declaración de los Derechos del Hombre antes recordada. Luego todos afirman lo mismo. Entonces ¿cómo puede ser verdad lo que oímos al Obispo de León: que el salariado es a la hora de ahora problema candente en el mundo? ¿De qué pueden provenir esas discusiones sobre tal problema, las «más acaloradas de la sociología»? De lo siguiente: II DIFICULTAD DEL PROBLEMA Todos afirman lo mismo. Es verdad. Pero ¿lo entienden todos de la misma manera? Veamos: la apreciación del salario se apoya en la estima que se tenga de la dignidad del trabajo. Esta se sigue de la dignidad del trabajador. ¿Y tienen, por ventura, el católico, el positivista, el materialista ateo, et­ cétera, igual concepto de la dignidad del hombre que trabaja por cuenta ajena? Evidentemente, no. En segundo lugar: aun conviniendo en el concepto de la dignidad del trabajo humano y en el de la finalidad del salario, ¿son los elementos que intervienen en esta determinación pocos, sencillos y concordantes; o al revés, muchos, complicados y hasta opuestos? Lo segundo es la verdad. En efecto: Interviene el capital, para el que hay que reservar el interés. Interviene la dirección, que devenga su provecho. Interviene el trabajo, al que hay que remunerar con el salario. Interviene el Estado, al que hay que pagar las contribuciones impuestas. Intervienen la maquinaria y los locales, para cuyo mantenimiento y mejoras hay que destinar las reservas exigidas por las Leyes o los Estatutos respec­ tivos. Finalmente, hay que tener en cuenta la clientela a la cual se destinan los productos o los servicios y que ha de pagar los unos y los otros. Si alguien dijere que se trata de resolver una ecuación con seis incógnitas, quizá enun­ ciase algo más que una metáfora. Y por fin, en tercer lugar: aun supuesta la conformidad de todos en cuanto a la teoría, ¿será fácil su realización práctica, la aplicación concreta de los principios, cuando intervienen en cada caso tantas circunstancias individuales y, sobre todo, cuando chocan los encontrados intereses econó­ micos de los seis elementos anteriormente enumerados? Aquí el problema 1 84 Fr. Pelayo de Zamayón, O. F. M. Cap., P. U. E.de Salamanca

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