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Hacia el salario justo 191 ciedad, por ejemplo, el accionariado obrero, la cogestión, la participación en los beneficios de la Empresa. Tampoco se dice que «el régimen actual de salario, aun notablemente mejorado, sea la última palabra del progreso social y el término final de la evolución moderna», y que, por tanto, deba durar para siempre. Nada de eso: se afirma solamente que el salariado como tal, como debe practicarse, no es de suyo injusto. Opónense a nuestra aserción básica los marxistas en general, condenando como injusto por naturaleza y reprobable todo contrato de trabajo. Pro­ penden asimismo hacia esa concepción algunos católicos incautos ( 14 ), los cuales insinúan que el salariado es un mal necesario, inevitable por ahora; y como tal, puede ser tolerado, pero tolerado solamente. Apóyase esta ne­ gación de Carlos Marx en tres motivos principales: en el triste espectáculo de injusticias sociales— «salarios de hambre» — observado por él en Ale­ mania, en Francia y en Londres a lo largo de su asendereada vida; en la negación de la propiedad capitalista, y en su doctrina de la «plus-valía» o «mayor precio» del trabajo del obrero sistemáticamente defraudado por los capitalistas o, mejor, por la sociedad burguesa asentada sobre el capitalismo. Por todo esto el régimen del salariado venía a aparecer a la mirada de Marx y sus secuaces como una «indigna explotación del hombre por el hombre», del trabajador por parte del capitalista — amo o empresario —. Pero es obvio (tratando de la primera base referida) que de unos cuantos casos particulares insuficientemente enumerados no es lícito concluir al establecimiento de principios universales sin manifiesto abuso de los méto­ dos inductivos. Lo que aplicado al presente caso equivale a decir: Verdad es que muchas veces durante el siglo XIX y aun del XX, y en muchas partes, se han pagado a los obreros salarios injustos, insuficientes para procurar a ellos y a sus familias una vida conforme con la dignidad de personas: abuso lamentable, reprobado por toda conciencia honesta. Mas de que así aconteciera en Londres, en Renania, etc., inducir que así ha de acontecer por doquiera; que así ha de ser siempre el salariado — todo salariado — y en todas partes, es extender las conclusiones más allá de cuanto permiten las premisas: es decir, equivocarse. Como equivocadas fueron las profecías de Carlos Marx acerca de la amplitud de aquella «explotación del hombre por parte del hombre» y las funestas consecuencias que habría de tener fatal­ mente en el orden económico y social durante la segunda mitad del siglo XIX y en adelante. La experiencia que estamos viviendo constituye un solemne mentís a semejantes utopías. (14) 1. d e I z t u e t a : El malestar del mundo obrero: sus causas y remedios (Vitoria, 1935), 78 ss.; 112 ss.

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