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134 Un método moderno de misiones nidos de fuera (sacerdotes y laicos) con el fin de plantar más profundamente la Iglesia en la comunidad humana de la cual ella es responsable.» Aquí está la respuesta del C. P. M. I. al descontento actual, con relación al poco fruto permanente que se consigue en las misiones. En esta concepción de la misión, el primer objetivo ya no es solamente «convertir las almas»—como en la misión tradicional —, sino «reforzar» la pastoral ordinaria, orga­ nizaría y darle el empuje necesario para que, pasada la misión, pueda realizar la obra de fun­ dar, en el seno de esa comunidad humana una Iglesia capaz y adaptada a las necesidades de conversión, formación y perseverancia de todos sus futuros miembros. El «período dado» que supone el desarrollo completo de una misión «tipo C. P. M. I.» es <le dos años como mínimo. Incluso se piensa que no es excesivo emplear tres. Todo el tiempo es de misión, aunque en diverso grado. Se trata de lograr, en etapas escalonadas, una renovación de la pastoral ordinaria con el empleo al máximo de los elementos de que dispone la propia comunidad misionada. Culmina este tiempo en las cuatro semanas ocu­ padas por los ejercicios tradicionales de misión. «La comunidad cristiana» entera ha de ser el gran misionero. Y el que ha de durar. Los frutos serán perseverantes en la medida que lamisiónsea el negocio de todos. Por eso, a cada miembro de la comunidad se le ha de buscar el puesto que pueda ejercer según su capacidad. La parroquia como tal ha de ser una «comunidad misionera». Los misioneros han de hacerse a la idea de que son «los servidores de la pastoral ordina­ ria». Ellos, los especialistas, son llamados a reforzar esta pastoral; no a convertir la misión en un finen sí. Tienen que desconfiar siempre de los éxitos aparentes. Han de tratar de con­ vertir los corazones, naturalmente; pero, sobre todo, han de procurar poner en marcha misionera a toda la comunidad. Esto supone una gran capacitación. Sobre todo, en aquellos misioneros que han de ser responsables de los diversos sectores (Sociología humana, Acción Católica general y especializada, Liturgia, Información...). Se trata de plantar más profundamente la Iglesia en el seno de la comunidad humana. Algo similar a lo que es el objetivo número uno en las misiones entre infieles. Allí el gran objetivo inmediato no es convertir a los infieles, sino, ante todo, plantar la Iglesia, para que ella realice, lenta, pero seguramente, la obra de transformación. Aún en las regiones más practicantes existen siempre sectores sin misionar. LA MISION HA DE SER «GENERAL» Los orientadores del C. P. M. I. han dudado mucho tiempo sobre el nombre que con­ vendría a su concepto de misión. ¿«Parroquial»? ¿«Regional»? ¿«Tornante»? Hoy se pre­ fiere el calificativo de «Misión General». La misión concebida como parroquial , separada, hoy no es sostenible—al menos en Francia—, más que en ciertas regiones campesinas y apartadas, y aún esto no es seguro, pues la campiña está hoy sometida a gran parte de las influencias generales: ferias y mer­ cados, transportes, prensa, diversiones, radio, cine y, en ciertos lugares, ya televisión. Porque las parroquias ya no están aisladas, sino en constante comunicación e influencia. La mayor parte de eilas han adquirido en los últimos años el carácter y los problemas de las parroquias urbanas. El 60 por 100 de la población francesa habita en las ciudades. Pensar en un plan de evangelización o de misión para una sola parroquia, sin tener en cuenta la zona de interinfluencia, es exponerse al fracaso. La perseverancia, piedra de toque de la misión, quedará desde el principio comprometida. «Gracias a Dios, las parroquias no se alian indiferentemente con las parroquias vecinas hasta el punto de constituir una masa humana indiferenciada, que desafíe todo esfuerzo de evangelización. Se agrupan en familias, a partir de problemas humanos comunes, y cons­ tituyen unidades regionales a talla humana. De cinco a veinte por diócesis. Estas unidades, para las cuales es fácil descubrir los centros de influencia que determinanel comportamiento humano y religioso de las personas, son la base ideal de una acción apostólica concertada, tanto ordinaria (equipos sacerdotales) como extraordinaria (misiones regionales).» (P. Motte). El descubrimiento de estas unidades humanas impone, desde el punto de vista socioló­ gico, la M isión general. Ella permite estudiar en su conjunto la región, trazar un plan común de evangelización, disponer de más elementos que colaboren, establecer instituciones pas

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