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P. Pe¡ayo de Zamayón, O. F. M. Cap. 127 verdaderas de las lacras de la civilización contemporánea; tarea pocas veces llevada a cabo. Y con todo es imprescindible; porque sabido es que resulta incompleto (quizá inútil) tratar de refutar un error moral o un sistema ético-social falso, sin haber refutado ames la meta­ física en que se apoya aquél; es decir, los errores ontológicos y gnoseológicos en que, cons­ ciente o inconscientemente, se apoya. Merece aplauso. Lo cual no obsta para que se le noten y censuren algunos defectos. Entre otros la unilateralidad. Expone bien los matices des­ favorables de la civilización contemporánea; pero calla sus buenas cualidades; cosa que posee toda civilización, com o él mismo reconoce (p. 8). Más que por lo que dice, es censu­ rable por lo que calla. Segunda. — Siente contra el racionalismo verdadera fobia; esto le lleva a exageraciones. La técnica ha nacido a impulsos de «racionalización», de leyes matemáticas aplicadas a la producción de bienes económicos y de instrumentos científicos. Pero eso no es un mal: difícilmente habría podido nacer de otra manera. Verdad es que está «deshumanizada»: que lleva implícitos graves peligros. Mas eso no obsta para poder reconocer sus valores, com o hace el Papa felizmente reinante, cuando afirma: «La técnica onduce al hombre de hoy hacia una perfección nunca igualada en el dominio del mundo material. La máquina moderna permite una producción que sustituye y agiganta la energía humana del trabajo, que se libera enteramente del concurso de las fuerzas orgánicas, que se asegura un máximo de potencial en extensión e intensidad y al mismo tiempo de precisión. Abrazando con una mirada los resultados de esta evolución, parece com o si la misma Naturaleza aprobase sa­ tisfecha todo cuanto el hombre ha realizado en ella, y la estimulase a continuar más adelante en la investigación y en la utilización de sus extraordinarias posibilidades. Ahora bien; es claro que toda investigación y descubrimiento de las fuerzas de la Naturaleza, realizadas por la técnica, se resuelven en investigación y descubrimiento de la grandeza, de la sabiduría, de la armonía de Dios. Considerada así la técnica, ¿quién podrá desaprobarla y conde­ narla?» ( 4 ). Una comprobación y reconocimiento similar hubiéramos deseado hallar en el libro de Marcel; la serena investigación de la verdad objetiva parece que lo exige. Tercera. — ¿Es cierto que ha habido en épocas anteriores esa organización vital, dentro de las sociedades naturales, en medida tal que pueda oponerse com o una profunda antítesis a la actual desorganización? En primer lugar, las familias y demás sociedades naturales con demasiada frecuencia se han convertido en baluarte guerrero frente a otras familias y sociedades naturales. Piénsese sencillamente en los tremendos odios familiares de siempre, en la lucha de familias contra familias, lo mismo en la nobleza (Feudalismo, Renacimiento), que entre los humildes (banderías en los pueblos). Por otra parte, es cierto que la fábrica hace del obrero un número, sin más horizonte que el de su partido y su sindicato; pero tampoco se puede negar que el obrero dispone hoy de medios de formar su humanidad, de humanizarse, com o no los ha poseído nunca. Hoy posee acceso a la cultura, al arte — aunque sólo sea a través del cine — en todas sus manifestaciones y hasta a la misma Naturaleza. Recuérdense las vacaciones campestres en todos los países donde la economía anda un poco desahogada. Puede decirse que, salvo contados siglos medievales, en los que florecieron los gremios antiguos, los trabajadores están ahora mejor que nunca. Verdad es que pesan sobre ellos muchas miserias. Pero, ¿cómo han estado las ingentes muchedumbres de parias, sudras y demás castas inferiores en el Indostán durante miles de años? ¿Y los millones de esclavos que hubo en esta culta y cris­ tiana Europa y en América hasta hace menos de un siglo? ¿Estaban, por ventura, mejor los trabajadores en China y en el mundo musulmán hasta nuestros días? Cuarta. — Además, no es cierto que en la organización actual, tan vasta, falten vínculos sociales muy consoladores. Prodúcese, v. gr., hace unos años en Holanda una inundación marítima tremendamente devastadora; pero le llegan de todo el mundo cargamentos de ropa en cantidad tal que sobra para vestir a todos los holandeses. Nosotros mismos nos estamos beneficiando de la Caritas americana, y toda Europa de la ayuda yankee. ¿Que los móviles no son siempre trigo limpio? Esto no cuenta; desde que estamos en un plano humano, no vamos a exigir siempre y exclusivamente com o móvil la caridad más acendrada y pura: además de ella hay otros motivos del obrar humano también honestos y virtuosos. Hasta casi se podría lanzar la idea de que son los instintos primarios del hombre los que ponen obstáculos a que la actual civilización no sea mejor que cualquiera otra de las ( 4 ) Radiomensaje de Navidad d e 1953. núm. 5 . En Co lección de Enc íc licas y Docu tos pontific ios (Madrid, 1955 ), pág. 1.495 a.

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