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126 El fin de nuestra civilización según Maree! de Corle cera, e l asedio de la po lítica. «A l con rario de las civilizaciones anteriores, la civilización téc­ nica no deja ningún lugar a la religión, a la relación personal, a una trascendencia perso­ nal. El principio religioso que ha regido hasta el presente todas las otras culturas bajo una forma cualquiera: grosera o refinada, natural o sobrenatural, es reemplazado aquí por el principio político, salido de un virus antirreligioso y laico que aparece por primera vez en la historia.» «Asi surge la existencia de la agrupación po lítica, emanada de la anemia social, que agrupa los hombres en función de una conciencia ideológica muerta y mecanizada. La generalización de la política sucede a la sociabilidad desaparecida, com o la enfermedad a la salud: cuanto más frágiles son los lazos orgánicos sociales, tanto más fuerte es la in­ fluencia de la política sobre la existencia humana. Y esta generalización de la política signi­ fica la divinización de la misma. Los hombres lo esperan todo de la política, a la cual se adhieren; todo hasta su propia refundición» (p. 196 - 197 ). De todo lo cual es lícito concluir: «Las normas directrices de la civilización contempo­ ránea: idea de progreso, la técnica y la ideología política minan todas las condiciones pro­ picias al desenvolvimiento del anima naturaliter christiana o se oponen radicalmente al cristianismo. La semilla cristiana cae hoy sobre la piedra» (p. 198 ). En cuanto a la influencia del racionalismo sobre la conducta de lo el autor no es menos explícito: «Después de varios siglos, y hoy con vertiginosa rapidez, el virus racionalista se infiltra en los hábitos de los cristianos y en su comportamiento frente a Dios y a la creación. Ha renunciado a quebrantar el intermediario entre el cristiano y Dios, que es la Iglesia con su inspiración, sus dogmas, sus sacramentos, su estructura, que siguen intactos. El tiempo de las grandes herejías que atacaban de frente la esencia del cristianismo parece terminado. La última de ellas, tan justamente llamada modernismo, apuntaba menos al dogma mismo que a la actitud del cristianismo ante Dios y el mundo; atacaba más la ma­ nera de creer que la creencia; hacía desviar la orientación de la fe más que la fe misma; envenenaba las fuentes del río más bien que su curso o su estuario. El fenómeno del modernismo es extremadamente revelador. Significa que el enemigo ha cambiado de táctica. Son en adelante los miembros de la Iglesia que amenaza. No sitia ya, com o antes, la casa para transformarla. Acomete por inservibles caminos a los habitantes mismos que envuelve con su presencia invisible, quienes se encargarán de ese trabajo» (pá­ gina 199 ). De ahí ha venido a brotar el cristianismo «burgués»: «Somos creyentes, pero no prac­ ticantes», de todo punto reprobable; de ahí también la forma progresista del cristianismo actual o neocristianismo en formación; el cual toma, según las circunstancias, matices di­ versos: filosófico, político o científico; y trata de acomodarse a las exigencias de la civilización actual. Contra ese afán de acomodación el autor apunta numerosas reservas, tomadas ora de la verdadera finalidad del cristianismo (salvar almas y no tal cual civilización, y menos aún si es antirreligiosa); ora del fenómeno socio-patológico de las «masas». Todo lo cual corre riesgo de conducirnos a un espíritu laico, muy perjudicial al cristianismo. * # * Sobre las conclusiones de este análisis apoya Marcel algunas sugerencias prácticas, que estima oportunas; no precisamente para salvar de su ruina nuestra civilización (cosa que estima inevitable), sino para evitar sus penosos resultados y contribuir a la génesis de otra civilización mejor. Notable fuerza atribuye (entre otras soluciones) a la formación de mino­ rías selectas: el clero, la nueva nobleza, etc., que sirvan de ejemplo y estímulo para hacer vivir eficazmente al mundo una vida auténticamente cristiana y genuinamente humana. V Al final de este resumen, ocúrrense algunas observaciones sobre el mérito de la obra de Marcel de Corte: Primera. — Tiene el mérito indiscutible de haber buscado y descubierto las raíces de los males morales que actualmente nos aquejan, no contentándose con denunciarlos y deplo­ rarlos. O esto mismo, dicho con otras palabras: Descubre en el racionalismo las causas

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