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124 El finde nuestra civilización segúnMarcel de Corte propio del hombre — ser concreto y no su idea abstracta — : e! respeto a la vida, el amor a la naturaleza, el culto a la familia, la piedad hacia la tierra de los padres, el gusto al tra­ bajo, el reconocimiento de un orden superior y divino; en resumen, el conjunto de relaciones concretas que el hombre está obligado a sentir necesariamente, sea de manera positiva, aceptándolas; sea de manera negativa, rompiéndolas, con seres y cosas próximas a él, que forman parte de su existencia y que él mismo no crea (pp. 72 - 73 ). De parecida forma analiza Marcel la segunda causa: el conflicto entre lo po lítico y soc ia l , procurando apoyarse en la realidad histórica pasada y presente. «L o social ex iste : familia, pueblo, ciudad, parroquia, región, etc. Lo colectivo no ex iste más que en la im nación. Lo social existe en la medida en que es orgánico, es decir, en la medida en que reúne seres humanos que viven unos por los otros com o órganos de un mismo cuerpo: así el padre, la madre y los hijos, o también el herrero del pueblo aprovisionándose en su vecino el carnicero, el cual, a su vez, hace herrar su caballo por su vecino. En donde se ejerce un intercambio hay sociedad, y la relación social es tanto más fuerte cuanto más calor humano lleva consigo; así el lazo de sangre y de espíritu es más generador de existencia social que el lazo puramente económico gobernado por la ley matemática del do ut des. Lo colectivo, por el contrario, no tiene otra existencia que la de la imagen que reside en el pensamiento, o más exactamente, en un «E rsatz» sucedáneo del pensamiento» (pp. 109 - 110 ). También en este terreno se ha operado la disociación lamentada en el precedente: lo ima­ ginario ha superado a lo real, las relaciones imaginarias — colectivas — a las orgánicas —so­ ciales — entre los hombres: triunfo de lo político tomado en su sentido peyorativo de «poli­ ticastro», que lleva consigo una cierta repulsión secreta. Esto ha terminado por hacer de la democracia un problema (en su teoría y en su realidad); ha conducido a la paradoja de potencia política, según la cual la potencia po lítica de l cuidadano es estrictam igual a u impotencia social; ha llevado a la alienación política, en cuanto que el pueblo está disociali­ zado y separado de sus comunidades naturales; el Estado ha quedado solo, sin el contra­ peso de las sociedades naturales, y así lo invade todo — el Leviatán — estableciendo la «línea general», com o dicen los soviets, u ortodoxia política, com o dijeron otros; y por medio de una nueva sofística — en su doble sentido doctrinario y económ ico — , desemboca en la orientación materialista de la vida, que hace de la existencia del hombre una función. Con análogo estilo se expone la tercera causa: L a Técn ica y e l colectivismo. Se ha dicho que el ideal de la civilización contemporánea es la técnica: ésta ha llegado al apogeo; tiene carácter colectivo. Han concurrido a este colectivismo la división del trabajo y el anhelo de producir por producir, que es la casi única finalidad del trabajo en un mundo orientado materialísticamente. Pero sobre todo, la causa principal ha sido «el hundimiento de estruc­ turas sociales orgánicas: familia, profesión, pueblo, región, patria chica (la verdadera), donde los hombres estaban antes reunidos en una estrecha comunidad de destino y de soli­ daridad recíproca: ese hecho, después de uno o dos siglos, es el fenómeno que da la expli­ cación de las transformaciones de nuestra época» (p. 147 ). En tales circunstancias la división del trabajo y la técnica llegan a crear el autómata. «El que no tiene más que su propio trabajo se pierde en su obra, o más frecuentemente, en la ganancia. Todo su ser pasa a los objetos que fabrica o al dinero, es decir, a las cosas: de aquí la importancia de la economía; más aún, la interpretación económica de la historia humana, para decirlo con terminología de Marx; en una palabra, el colectivismo marxista con todos sus complejos aspectos, sus engaños y sus terribles consecuencias. Finalmente, enfoca el problema en su aspecto religioso, es decir, analiza las relaciones que existen entre el cristianismo y la civilización moderna. Es la parte más profunda y sutil de todo el libro. Los tres signos de decadencia de la civilización anteriormente expuestos influyen en el cristianismo de dos formas: Primera, impiden la penetración y el crecimiento de éste, y hasta lo hacen retroceder, y lo eliminan del corazón de los hombres, e instauran en su lugar un «humanismo» que pretende ser exclusivamente humano, el cual termina por ser infra­ humano. Segunda manera, aun allí donde el cristiano — desde antes establecido — se con­ serva, los gérmenes morbosos de esa civilización agonizante invaden el corazón de los cris­ tianos y deforman sus reacciones frente al mundo y a Dios. En cuanto a lo primero, Marcel, afirma sin ambages el carácter antirrelig ioso de la lizac ión moderna. Apoyá dose en hechos, hace afirmaciones tan categóricas com o éstas: «El hombre formado por la civilización contemporánea rechaza mecánicamente el injerto del cristianismo. Se ha vuelto constitutivamente inepto para recibir el mensaje de encarna­ ción que le propone la fe cristiana, pues las bases naturales que podrían acogerlo han sido

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