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P. Pelavo de Zamayón, O. F. M. Cap. 12.' diagnóstico de la crisis de la civilización. La humanidad está en trance de sucumbir por una indigestión de ideas..., que no pueden encarnarse en la existencia de otro modo que por la violencia o por la astucia. Aquí se establece un examen etiológico del carácter afrodi­ siaco de la civilización actual y sus derivaciones sexuales; lo cual reviste notable gravedad. «Otros ejemplos muy claros del mismo fenómeno — escribe, p. 56 — nos son ofrecidos en la situación del hombre con relación a las sociedades naturales, en las cuales debería normalmente introducirse; sea por nacimiento, com o la familia; sea por vocación, com o la profesión; sea en virtud de su destino histórico, com o su pequeña o su grande patria. Es extremadamente notable que esas diversas sociedades hayan evolucionado, de una manera paralela, hacia un estado de abstracción que no tiene otra relación con la vida concreta más que con la potencia de desorden y de corrosión que ejerce sobre ella. La familia no es ya ese conjunto orgánico de seres cuyo destino y reciprocidad son análogos a los de los órganos de un mismo cuerpo: es actualmente una simple entidad jurídica que tiende a no tener otra existencia más que la que le reservan los registros del estado civil. La profesión, que ha roto la cohesión concreta, es atraída a la órbita de una economía capitalista des­ equilibrada, en donde reina la ley matemática y abstracta de la sola ganancia, o en la de una economía nacionalista gobernada por una burocracia sin alma. La patria se identifica cada vez más con una ideología pura y simple que refunde en ella todos los trazos. Un vasto proceso de transmutación de todos los valores de lo concreto a lo abstracto, de la existencia vivida a la idea mecanizada, se produce actualmente ante nuestros ojos en la historia» (pá­ ginas 56 - 57 ). Algo parecido acontece con el arte. Se podría decir lo mismo de la filosofia; en cuanto a la religión — escribe Marcel — , «su evolución es evidente. Después de haberse renovado (reducido a) un deísmo abstracto, donde la existencia de un Dios concreto ha cedido el lugar a una especie de ley impersonal, a un principio general del orden, particularmente del orden social, tiende cada vez más a transformarse, en la mentalidad de los cristianos, en una colección de gestos y ritos, por otra parte muy reducidos, en los cuales la presencia de Dios no es ya comprendida más que de una manera evanescente posible, o aun en una religión teosòfica, en la cual un Dios reducido al estado de plástico mitico reside, dispuesto a adoptar todas las formas». «En todas partes lo abstracto, lo separado, la idea desencarnada, sin comunicación viva con lo real, natural o sobrenatural, humano o divino, se coloca en lugar de la existencia concreta» (p. 58 - 59 ). Eso mismo se da en la ciencia contemporánea. De todo lo cual dimanan muy peligrosas consecuencias morales: «La moralidad del hombre está completamente invertida. En lugar de dirigirse, con la espontaneidad inconsciente que caracteriza los hábitos y costumbres tradicionales, hacia un término concreto que la califica en bien o en mal, se lanza — con una especie de fuga desenfrenada fuera de lo real — hacia abstracciones salidas ardorosamente de la Razón humana, que se levantan ante ella com o auténticos ídolos provistos de mayúsculas: el Sexo, la Raza, el Trabajo, el Pueblo, la Nación, el Socialismo, la Democracia, el Capital, el Derecho, la Libertad, la Civilización, etc. — cito a granel, co ­ giendo del montón — ; a veces, hasta con un fariseísmo deslumbrador y una admirable hipocresía disimulada, se añade a ellas la Persona humana. Tales son los fines abstractos, racionales, lógicos, las ideas puras que persigue el hombre moderno y que intenta con­ seguir por un uso coherente de su razón, por el cálculo, cuenta, enumeración, estimación, suputación, establecimiento de reglas, combinaciones matemáticas, dosificación y conocimien­ to de determinismos elementales y del tropismo de instintos que afectan la naturaleza humana» (p. 63 ). Principal causante de estos profundos desarreglos es el racionalismo disociador de los elementos que integran al hombre en cuanto tal: el espíritu y la vida, simbolizando por el primero el conjunto de facultades racionales por las que el hombre emerge fuera del mundo y lo comprende y lo domina; y por la vida, el complejo misterioso de raíces y raicillas sensibles y afectivas que hunden en el universo para alimentarse con sus jugos. El equili­ brio entre el espíritu y la vida se ha roto en el hombre contemporáneo: predomina aquél: es un espíritu desvitalizado, funciona independientemente de la parte vital, única que es capaz de ponerle en relación con un universo concreto, preñado él mismo de inteligibilidad inmanente (páginas 65 - 67 ). Tal amplificación de ese «espíritu» constituye un cáncer ideo­ lógico. De ahí proviene la civilización de las masas, regida por un sistema de ideas «des­ encarnadas»; de ahí también la muerte de las viejas civilizaciones. Las perspectivas para remediar estos males — ya se deja entender — son la vuelta al realismo de la vida, la aceptación de las leyes eternas de la vida humana, la vuelta al ser

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