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122 E!finde nuestra civilizaciónsegún Marcel de Corte de sí mismo se transforma en realidad, constituyendo un ciclo que parte del hombre para vol­ ver al hombre sin pasar por las exigencias que le hacen participar del ser. La relación del hombre al mundo no puede ser vivida por una colectividad: es el atributo de la persona. Mi relación orgánica a mi familia, a mi grupo social, a todas las formas de la civilización que la expresan, es irreductiblemente personal: otro es incapaz de asirla, de experimentarla, de comprenderla si no es desde lo exterior y de una manera puramente abstracta (pp. 35 , 36 , 37 ). Abstracta y universal, la civilización moderna ofrece un último carácter: no expresa ya la relación de participación del hombre al mundo, no es ya más que expresión separada, desarrollándose según sus propias reglas, fuera de los hombres concretos, contra los vesti­ gios de organicidad que ella encuentra por encima del espacio y del tiempo vividos. No es por puro azar el que factores aparentemente dispares se encuentren hoy en una común obstinación por disociar los elementos del mundo y del hombre con el fin de reunirlo en una proximidad muerta y mecanizada. Citemos a granel: el psicoanálisis, el divorcio, el aman­ cebamiento, un arte vulgar o refinado, especializado en el desencadenamiento del choque nervioso o de la onda cinestésica; la intrusión de la política en todos los rincones de la vida y, particularmente, de la profesión, la violación de la muchedumbre por la propaganda, las grandes ciudades tentaculares, en las cuales cada habitante es una célula impermeable; las psicosis agresivas de los diarios y revistas, la confusión operada en la vida común por los mítines, las demostraciones espectaculares, las reuniones episódicas en lugares señalados, tan pronto deshechas com o rehechas; la acción del cine, de los carteles, de la publicidad, de las exhibiciones, de las luces violentas, del ruido, de la extrema facilidad de los medios de locomoción, que distrae la atención de la presencia de los hombres y de las cosas; el caos discontinuo del mundo de la radio, la dilaceración y el braceo de las guerras, el eufemismo horroroso del displaced persons , la penosí ima situación de los «refugiados», el gangste­ rismo individual y colectivo, los ensayos de terapéutica social operados en el hombre in vivo , el culto generalizado del odio; y para cerrar provisionalmente la serie, la desintegración atómica y sus sucedáneos. Por otra parte, es menester ver en la conquista de todo el espacio disponible efectuada por la civilización moderna el resultado del deseo que la mueve y la empuja a liberarse de las condiciones impuestas por la calidad de lugares, atmósferas y climas y por la presencia de otras civilizaciones dispersas sobre el planeta. Com o lo de­ muestra demasiado bien la colonización actual, la civilización moderna no se adapta a las otras formas que encuentra, no establece con ellas ningún cambio vivo, ninguna simbiosis, de modo que pueda constituir un tipo híbrido, tal com o lo intentó antes España en su im­ perio de ultramar (p. 40 ). El hombre que ha dejado pudrir sus raíces y su facultad de penetración concreta en el mundo está en adelante consagrado a «organizar» el universo en lo intemporal, partiendo de teorías y planos abstractos, situados ellos mismos fuera del tiempo. Está colocado de­ lante de un mundo que ha perdido su aspecto humano. Y he ahí que la civilización moderna encuentra su común denominador en un mundo que no e s ya más que m ateria, del cual todos los elementos concretos: la belleza, la nobleza, la grandeza, la profundidad ontològica, el misterio, el reflejo de Dios, han sido borrados. Pues la materia, com o demuestran las más grandes Filosofías, es por esencia indeterm inación, v cu dad, potencialidad indefinida, apti­ tud para tomar todas las facetas, la forma separada, que es la civilización moderna, no podía dejar de ser atraída por la materia, su «espíritu» debía ser materialista (p. 41 , 42 ). 1 1 1 ¿Y de dónde provienen todos estos males y otros parecidos? Marcel de Corte trata de sintetizar todos esos errores o desórdenes y lacras de nuestra civilización actual, y señala cuatro: Primero, la disyunción entre el espíritu y la vida; segundo, el conflicto entre lo político y lo social; tercero, el prestigio de la técnica colectivizante, y cuarto, la influencia que las tres causas precedentes han tenido en el cristianismo «en la medida en que éste participa en las fluctuaciones de la historia por intermedio de sus miembros». Sobre esta base, Marcel, emprende un concienzudo análisis de las características lacras de la moderna civilización. Cuando habla de espíritu, contrapuesto a la vida, entiende por él la forma mentís de tal o cual cultura. La nuestra es una c iv ilizac ión abstracta de la vi no es humana. Sobre esa oposición entre lo abstracto y lo concreto hay que hacer girar el

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