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P. Pelayo de Zamayón , O. F. M. Cap. 129 lo animó durante varios siglos? Parece que si; Turquía e Irak son la prueba. Nada se diga de los pueblos dominados por regímenes de tipo comunista, sea cual fuere la religión que hubieren profesado y continúen profesando. A la hora de ahora la irreligiosidad—tomada en sentido amplio—es un fenómeno que afecta a millones ymillones de seres humanos. ¿Cuál será, pues, la causa común? Quizá sea la confianza que el hombre moderno ha llegado a concebir de sí mismo. ¿Quién se la ha inspirado? El dominio que posee sobre las fuerzas naturales. Las ciencias (sobre todo las matemáticas y las físico-químicas), la Técnica, con sus maravillosos instrumentos y potentísimos recursos, la eficacia de las organizaciones sociales han contribuido a darle ese poder sobre la Naturaleza en el campo de la producción económica, de la circulación, de la medicina, de la vida confortable, de todo eso que se ha dadoendenominar «progreso»: ese poder del hombre moderno es muy superior al que en esos mismos sectores tenían nues­ tros antepasados. La exagerada estima que muchos han concebido de ese poder ha contri­ buido a producir, en último resultado, la irreligiosidad. Mas esto no deja de producir extrañeza. ¿Por qué motivos el progreso ha de alejar a los hombres de Dios? Lógicamente no debería ser así, antes al contrario; porque cuanto más ilustrado esté el entendimiento humano, mejor podrá conocer y admirar las obras de Dios; cuanto más comprenda de éstas (de su hermosura, de su orden, de su perfección...), mejor apreciará la grandeza, bondad, hermosura y demas perfecciones divinas; esto por lo que se refiere al orden cognoscitivo. Si pasamos al orden ético-jurídico, es evidente que el pro­ greso del hombre, por muy amplio y elaborado que se le quiera suponer, no priva a Dios de sus derechos sobre las criaturas ni exonera a los seres libres de los deberes que de aquellos dimanan. Los derechos divinos sobre el hombre se fundamentan en motivos (creación, conservación, providencia, concurso...) que no pierden su eficacia ni pueden perderla por el flujo y reflujo, avances o retrocesos, que pueda tener el progreso del linaje humano. Con­ secuencia inmediata: Luego la «cultura» no puede ser contraria a la religión; menos aún puede desplazarla y suplirla. Cuando Ortega y Gasset pretendía lo contrario (más o menos veladamente), ignoraba la verdadera naturaleza de la religión, aun la natural; desconocía los motivos racionales en que se fundamentan los derechos de Dios y los deberes religio­ sos del hombre. Lógicamente, pues, no hay razón alguna para que el «progreso» o la cultura alejen de Dios. Pero es obvio que no siempre el hombre obra por motivos lógicos. Y ciñéndonos al caso de la «irreligiosidad contemporánea», es evidente que no se funda ni puede funda­ mentarse en razones lógicas. ¿Dónde habrá que buscar esos motivos? En razones de orden histórico: Las recordadas arriba y probablemente algunas más: quizá la principal sea ésta: El hombre tiende hacia Dios por motivos intelectuales objetivamente válidos; pero tanto como por ellos, o quizá más todavía, va por la necesidad que de Dios tiene en casi todos los órdenes de la vida humana, cuales son el moral, el social, el políticoy hasta el económico. Cuando los hombres crean haber hallado laseguridad en todos esos órdenes sin Dios—pres­ cindiendo de El o abiertamente negándolo— es de temer que muchos le vuelvan efectiva­ mente la espalda; esa creencia será ungravísimoerror; suconsecuencia será la irreligiosidad. ¿No será eso lo que está aconteciendo en la mayoría de los países que se han abierto al «progreso», a la civilización moderna? El proceso cada vez más acrecentado de la produc­ ción social se ha convertido en una superstición, quizá la única de nuestra era industrial, imbuida de racionalismo, pero también de más peligros; la sociedad civilizada productora es el dios de la nueva era técnica; el trabajo «racionalizado», organizado, es el ídolo; el trabajador moderno—técnico y especializado—es el nuevo tipo de hombre que busca y halla en la sociedad productora el único apoyo firme para lo presente y para el porvenir. Su Santidad Pío XII describe esta situación repetidas veces, v. gr., en el radio-mensaje de Navidad del año 1955. * * * Pero es el caso que, sin religión alguna (como acontece en varios pueblos cuyos regíme­ nes las desprecian todas como opio del pueblo, etc.), noexiste moral eficaz para los pueblos: sin moral difícilmente puede subsistir un orden social humano durante muchos lustros. De aquí se ha de seguir lógicamente la anarquía. Para vencer la cual, es preciso establecer un régimen fuertemente despótico; y sabido es que el despotismo, sobre todo cuando es pro­ longado durante mucho tiempo, se transforma en tiranía; la cual conduce a la deshumani- NATURALEZA Y GRACIA. 9.

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