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P. Gabriel deSotiello, O, F. M. Cap. 101 p rese n ta ya p o r eso m ism o u n a antítesis del v erdadero espíritu evangélico. P ero ese p u n to lo tocarem os más ad elan te, cu ando hablem os de las catego­ rías de lo p erson al y lo social. A h o ra no s in teresa únicam en te la cristiandad com o el co n ju n to de los cristianos, no social o colectivam ente, sino d istribu ti­ vam ente. P ues bien, de los cristiano s hay qu e decir que no practican el cristia­ nism o. P ero esto, a p esar de su extrem a gravedad, no es tod av ía ju g a r al cristia­ nism o. El ju ego se p roduce cu ando los cristiano s inventan un m odo de vivir ag rad ab lem en te en este m undo, p ro cu ran d o luego d a r a ese m odo de vivir el nom b re de vida cristiana. Los niños que ju e g an a la gu erra en tre m o ro s y cristianos, aunqu e a su ju e g o le den el nom b re de «guerra de m o ro s y cristianos», en realid ad no pasa de ser un ju e g o más o m enos divertido y no muy peligroso en general. De la au tén tica g u erra de m o ro s y cristianos se conserva el nom bre y un sim ulacro, que llega a tener signo c o n tra rio al de la guerra, pues aqu í se tra ta de un a di­ versión. Algo sem ejante o curre cu ando los cristianos ju eg an al cristianismo. Es expresiva la definición — u n a d e las definiciones — que K ierkegaard d a sobre lo que entiende p o r ju g a r al cristianism o: «Todo expediente de ju g a r al cristian ism o se conoce en que en la vida práctica, en el m undo real, se deja que las cosas sigan su curso y lu e g o .. . se es cristiano .» Es decir, que Dios p retend ía p o r m edio del cristianism o cam b ia r radicalm ente el m undo , el m un­ d o de la vida p ráctica se entiende. P ero los cristianos se las han arreglado p ara seguir viviendo sin com prom eterse. H oy cada cristiano se dice p a ra sus ad e n tro s: «Yo, en mi in terio r, o el dom ingo en la iglesia, cultivo ideas ele­ v ad a s. . . ; pero en la vida p ráctica las cosas no siguen ese curso .» Y ese cris­ tian ism o que en su vida p ráctica o b ra com o los dem ás está ju g a n d o al cris­ tian ism o y b u rlándo se de D ios. Y p o r ese cam ino hem os llegado a la p ara d o ja de tener un cristianism o sin cristianos, con tribuy endo todo s a ello con nu estro m odo de proceder. El p asto r predica el cristianism o com o fun cion ario de una Iglesia, y, p o r ta n to , «objetivam ente», sin que llegue a pasarle p o r las m ientes la idea de co n fo rm ar su vida con lo que enseña. Se consuela diciendo que su oficio co n ­ siste en eso, en an u n c ia r la verd ad cristian a. Y , p o r su p arte, los cristianos no se quedan atrás. En seguida se desem barazan del deber de vivir según lo que les han enseñado, bajo el pretex to de que tienen ya bastan tes asun to s en qué ocuparse, y que u n cristianism o tan exigente sólo es ju sto exigirlo del pasto r, del hom b re de D ios. Y aqu í tienen ustedes el resu ltado final: un c ris tia n ism o .. . sin cristianos. P ara hacer resaltar m ás vivamente esta idea, recurre a c om p arar el cristia­ nism o con el ideal religioso de los p agano s y con el del pueblo ju d ío , en su respectiva relación con D ios y con las cosas.

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