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9 6 Cristianismoy mundanidad O tro s, en cam bio, se sienten atra íd o s p o r la diversidad, p o r lo cu alitativ a­ m ente irreconciliable, y califican to d a ten tativ a de am isto sa convivencia com o im p erdon ab le carencia de rigo r m ental y de sinceridad hum an a. Vamos a llam arles «trágicos». Y hoy, esa du alid ad de pensadores la estam os sintiendo en el m odo de en fo car el cristianism o. P a ra los «clásicos», el cristianism o es u n a prog resiva con q u ista de la realidad, un a secular evangelización de todo s los calores h u ­ m anos. En la E n carn ación del V erbo el m undo quedó santificado potencial­ m ente y conciliado con lo sob ren atu ral, y el Evangelio debe irse a c tu a n d o h istó ricam en te m ediante u n a con stan te «encarnación», h asta que to d o llegue a e sta r in c o rp o rad o a C risto, en una universal recapitulación y elevación hasta D ios N u estro Señor. En cam bio, los cristianos «trágicos» piensan que m u n d o y Evangelio son catego rías tan heterogéneas, qu e el cristianism o sólo puede serlo egregiam ente, viviendo en perenn e ru p tu ra do lo ro sa con ese m u ndo en el qu e tiene que h ab i­ ta r y del cual no debe p articip ar. Com o p ro to tip o de cristiano s «clásicos», pod em o s citar a un Paul C laudel, «robu sto y ju b ilo so en su fe y p lenam en te reconciliado con el m u n d o : un cristiano de la m a ñ an a de P ascua», fren te a su c om p atrio ta B ernanos, calificado graciosam ente com o «cristiano de V iernes S anto». Y esa tensión de do s po stu ras com plem entarias frente al cristianism o es un presupuesto que no podem os d ejar a un lado si querem os com p re n d er h is­ tó ricam en te la actitud de K ierkegaard a principios del siglo X IX y su reacción frente al idealismo hegeliano y al rom anticism o alem án. «Al com en zar el siglo X IX — ha escrito H o ffd ing ( 2 )— , la consigna en el m undo del esp í­ ritu era la unión de la filosofía, religión y arte. Se ab rig ab a la exultante creen ­ cia de que la verdad es un a, y de que, p o r ta n to , to d o lo valioso, cu alq u iera que sea la esfera y la fo rm a en que se manifieste, está com p rend ido en esa v er­ d ad única, con tal de a h o n d a r en ella con ab ierta inteligencia.» E stam os, pues, en un a época de arm o n ía clásica, de optim ism o, de síntesis m etafísica. «El sistem a de Hegel rep resen ta, d en tro del pensam iento occidental, la tercera g ran te n tativ a de seg u rid ad : después de la cosm ológica de A ristóteles y la teológica de S an to T om ás, tenem os la logológica de Hegel. Se subyuga to d a in seguridad, to d a in q u ie tu d po r el sentido, to d o tem o r p o r la decisión, to d a p rob lem ática abisal. L a razón del m u n d o m u estra su m arch a indeclinable a través de la histo ria, y el hom b re in d ag ad o r la conoce, m ejor dicho, su co n o ­ cim ien to constituye, p rop iam en te, la m eta y térm ino de esa m archa, en la q u e la v erd ad que se realiza se sabe a sí m ism a en su realización» (3). ( 2 ) H o f f d i n g : Kierkegaard. Pról. y trad. de F e r n a n d o V e l a (Madrid, 1949 ), p. 7 . ( 3 ) B u b e r : ¿Qué es el hombre ? (Méjico, 1949 ), p. 48 .

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