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P. Gabriel de SolieUo, O. F. M. Cap. 115 m uy afines p ara el restab lecim iento de la vida cristiana tom ada con un poco de seriedad. H e dicho que exige el celibato sobre to d o en los Pastores. Es éste de la v irginidad un p u n to en qu e evolucionó en los últim os años de su vida. Al p rin cip io sólo la adm itía com o ideal p ara algunos especialm ente llam ados a realizar con perfección la idea cristian a, siendo el m a trim on io la ley del hom ­ bre medio. P ero cad a vez fué inclinándose más a ver en el m atrim on io una lu ju ria enm ascarad a y en el celibato un a catego ría esencial p a ra la vida cris­ tiana. LA V I RG EN Y LOS SANTOS, CO RONA I NMARCH I TABL E D EL C R IST IAN ISM O L as páginas an teriores nos h a n id o pon iendo entre los dedos los cabos sueltos de esta madeja. H emos asistido, desde diversos planos, al enfoque d e la actitud cristiana de Soeren K ierkegaard. P od ríam o s ah o ra resum irla d iciendo que p ara K ierkegaard el cristinísm o es an te to d o y sob re todo una in stancia existencial, y que, consiguientem ente, será an ticristiano lodo aquello que tiend a a aflojar esa tensión del individuo singular delante de la infinita realidad de Dios. O de o tra fo rm a : caerá en las categorías de la m und an i­ d a d , de la finitud, de la sensualidad, el cristianism o, desde el m om ento en que se pretend e «objetiv arlo», sea en un sistem a doctrinal o en un sistema social. P orque desde el m om ento en que una cosa se ha convertido en algo objetivo, la relación del individuo pierde su instancia de relación única e intransferible. La ciencia en n ad a nos obliga y la com unidad nos desobliga, ya que se convierte ella en el sujeto de esa relación al A bsoluto, en lugar de dejársela a cada individuo. Es la persona la que tiene que afro n ta r ese riesgo p o r su p ropia cuenta. P o r o tra parte, el cristian ism o se d esn atu raliza en el m om ento en que se le quiere conv ertir en optim ism o con so lado r. D ios no tiene p ara los que am a más caricias que el sufrim iento y el ab an d o n o , y en m om entos límites, el m ar­ tirio. M a rtirio cruento , com o el de los que han d erram a d o su sangre po r C risto, o m artirio in cruen to , único que en estos tiem pos es posible. N o sospechaba entonces K ierkegaard que antes de un siglo tend ría la Iglesia, com o en los tiem pos prim eros, muchos miles de m ártires que vo larían al cielo con sus túnicas rojas de la sangre del C o rdero . Pero K ierkegaard creía que en los tiem pos de civilización refinada el único m a rtirio posible era el del ridículo y el menosprecio.

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