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P. Gabriel de Soliello, O. F. M. Cap. 113 sión p ara el hom b re K ierkegaard; reconozcam os que la m und an id ad en que en c o n tró m agníficam ente acom od ado al cristianism o am biental y estatal de D in am arca pedía una reacción vigorosa, y disculpemos que se haya ido más allá de lo ju sto y de lo perm itido. P ersonalm ente, sujetivam ente, la actitu d de K ierkegaard es de un a valentía que sólo conqu istan las alm as tem pladas en el heroísm o. Pero no ocultem os su equivocación. O igamos, com o com p ro b an te, algunas de sus expresiones: «Su d o c tri­ n a — la de Jesucristo — consiste esencialm ente en su vida. Su enseñanza se reduce esencialm ente a d ecir: «Sígueme, ód iate a ti m ismo, ab a n d ó n alo todo, crucifica la carne, tom a tu cruz, odia a tu p ad re y a tu m adre», etc. Y lo que sigue: «Seréis od iado s de todo s p o r cau sa de mi nom b re.» Y más a d e ­ la n te: «H ay que ren d ir cuentas allá arrib a y yo soy el juez.» T od as estas expresiones son evangélicas, y, po r tan to , infalibles. P ero ne­ g a r validez evangélica, al menos, en la práctica, con su to ta l silenciam iento, a los restantes aspectos del Evangelio, h asta el p un to de ponerse en flagrante oposición con algunos de ellos, es de un a im perdonable arb itraried ad . De ahí su repulsa p o r tod a form a de cristianism o que pud iera de algun a m an era favorecer a la felicidad en este m undo. «Ay de m í . . . , cu a n d o desde niños vivimos en la ilusión de que som os cristiano s; cu ando desde la edad m ás tierna se en cu en tra uno atascado en todo s esos em brollos que tran sfo rm an el cristianism o en op tim ism o ; cu ando se vive en un llam ado Estado cristiano. en una sociedad que em plea todos los recursos a m ano p ara robu stecer la idea de que se es cristiano .» Si la única fo rm a de acep tar la com un id ad com o realidad cristian a es la de asociarse p ara ser sacrificados ju n to s, com prenderem os la repulsa con que tenía que m irar K ierkegaard esa alianza del E stado con la Iglesia, que sólo sirve p ara darle a ésta com odidades y seguridades temporales. Y sus ataqu es van sobre to d o co n tra los Pastores, los responsables de la degeneración del cristianism o, ta n to porqu e consideran su oficio com o el de un fun cionario más del E stado, sin convicción religiosa personal, com o por la an tim o n ia repelente que se observa en tre su vida y sus enseñanzas. «Viven de la predicación de los sufrim ientos de C risto», y a cuenta de esos sufrim ien ­ tos llevan una vida en can tad a, que n ad a en com odidades. A quí se nos manifiestan a un tiem po el acierto y el desacierto de K ier­ kegaard. H a palpado , y le ha dolido, la m ediocridad — y ya es m ucho si llega a m ediocridad — con que en la m ayoría de los casos se vive el Evangelio: pero al m ismo tiem po ha desconocido y negado que se pu ed a vivir el cristia­ nism o si no es en un a perm anen te tensión de angustia y de zozobra. NATURALEZA Y GRACIA. 8.

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