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112 Cristianismoy mundanidad Vamos a ver a con tinuación cóm o en tend ía nuestro a u to r la vida y la d o c trin a de C risto, p ara deducir luego en qué debe consistir n u estra im i­ tación. C R I S T O C R U C I F I C A D O Las desviaciones d en tro del cristianism o radican generalm ente en el exclu­ sivismo con que se tom a un aspecto del Evangelio, d esconociendo o tro s tex to s com plem entarios e igualm ente inspirados. Y es un a p ru eb a de in d u d a ­ ble valor apo logético el m aravilloso equilibrio con que la Iglesia C ató lica se ha m anten ido siempre en la aceptación de la to talid ad de la p alab ra reve­ lada. Esto, n atu ralm en te, sin desconocer la preferencia que se puede d a r a unos valores cristianos sobre los o tro s, preferencia que obedece a factores históricos y psicológicos de las almas. El Evangelio nunca ha sido p ara el catolicism o un troquel de fo rm a s inflexibles y geom étricas, al cual tuvieran que ajustarse las alm as, a u n q u e p a ra ello hubiera sido preciso p o d ar expansiones hum anas perfectam ente legítimas. N a d a de lo au tén ticam en te hum ano es ajeno u hostil al más rig u ­ roso y o rtodoxo sentido evangélico. Y ha sido esta falta de flexibilidad, de am p litud y de com pren sión, lo qu e ha em b arcado a nu estro pen sado r en una dirección, en sí evangélica, pero falseada desde el m om en to en que se la ju zgu e incom patible con o tro s v alo ­ res vitales y h asta sobrenatu rales, que en el m ismo Evangelio se canon izan y h asta se im ponen oblig ato riam en te. Algo de esto hem os podido ya o b ser­ v ar en las páginas que preceden y lo vam os a ver de nuevo en lo que nos resta p o r decir. La estrechez de K ierkegaard frente a la vida de Jesucristo y su d o c trin a consiste en no h ab er sab ido ver en ellas más que la p arte do lo ro sa y trág ica. Su C risto es exclusivam ente el C risto escarnecido, co ro n a d o de espinas y c ru ­ cificado, y, consecuentem ente, el cristianism o de K ierkegaard adolece de esa negatividad hacia todo s los valores hum ano s que hoy m uchos llam an , con evidente inexactitud, valores positivos. La confianza filial, el optim ism o , ese sereno equilibrio qu e han alcan zado los santo s au n en medio de sus su fri­ m ientos, son realidades que no encajan ni rem o tam en te d en tro de lo que K ierkegaard considera las categorías cristianas de la existencia. Su c ristia ­ nism o tenía que ser, un a vez encastillado en esa perspectiva del su frir, un cristian ism o cuaresm al, angu stiado y ato rm en ta d o h asta el bo rd e m ism o de la desesperación. Pero que el reconocim iento de esta lim itación no nos prive de com pren-

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