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9 4 Cristianismoy mundanidad m undo intelectual de su tiem po, que vivió igno rado más de medio siglo y que últim am ente ha d esp ertado un en tusiasm o universal, figurando su nom bre al lado de los nom bres de M arx, de N ietzsche, de Hegel, en la galería de los que están considerados com o los p atriarcas del pen sam iento de nuestro tiem ­ po. K ierkegaard h ab ía predicho este éxito po stum o cu ando escrib ía: «L legará un d ía en que no sólo mis escritos, sino mi vida y to d o el com plicado secreto de mi ting lado , será estud iado con m inuciosidad» ; y com p arab a su vida con el G u ad a lq u iv ir — acaso quiso decir el G u ad ia n a, que conocía p o r la lectura del Qu ijote — , que fluye escondido bajo tierra y luego aflora im p en sad am en te a la superficie. K ierkegaard com ienza a ser m isterio p a ra noso tro s cu ando in ten tam o s acercarno s al san tu ario de su vida personal. A sabiendas ocu ltó siempre ese secreto, aunqu e algo se trasluce a través de sus constantes «confesiones», ya que sus ob ras vienen a ser unas in interrum p id as confesiones o d iario ín tim o de su vida real y de sus posibles vidas im aginarias e im aginadas. En un texto de 1843 dejó escritas estas p alab ras: «D espués de m i muerte nadie en c o n tra rá en tre m is papeles (y esto me sirve de consuelo) una sola explicación de lo que realm ente ha llenado mi v id a; no se en c o n trará en los repliegues de mi alm a aquel texto que lo explique todo , y cóm o de aqu ello que el m undo tiene por bag atelas se convierte p ara mí en acon tecim ien to s de u n a enorm e im p o rta n ­ cia; no es que yo no lo considere tam bién com o un a non ad a, desde el m om en to en que se le despoja de la no ta secreta que es la clave de to d o .» De estas pa­ labras, en tre ingenuam ente vanidosas y sibilinas, que nos recuerdan a los ni­ ños cu ando , sin que nadie se lo pregunte, se acercan a n o so tro s y nos dicen al o ído : «Sé una cosa, p ero no te la d igo» ; de estas palab ras, digo, se han valido los escoliastas p ara tejer explicaciones más o m enos plausibles y sutiles, pero siempre h ipo téticas y un ta n to aven turadas. Dejemos en paz ese secreto, ya que al in teresado le ha parecido bien dejarlo en la p en um b ra y no so tro s nos podem os p asar estupendam en te sin conocerlo. P ero más allá del secreto de su vida personal está lo que pud iéram o s lla­ m a r el mensaje de K ierkegaard, mensaje que han recogido las generaciones actuales, com o si en él escucharan la llam ada m isteriosa que nos llega desde la h o n d u ra de nu estro ser, y qu e responde m ejor que ningún o tro al anh elo vital, histórico, del d ram ático lapso de tiem po de los últim os trein ta años. A unque ese mensaje, a p rim era vista, parece inaferrable. Las más opuestas ideologías pretenden e n c o n trar en el filósofo danés la confirm ación de sus sistemas. Sobre este p articu lar voy a tran scrib ir las ac erta d as observaciones de C ornelio F a b ro : «M ientras hay quienes ven, sin más, en el mensaje de K ierkegaard, un a invitación p ara re to rn a r al catolicism o y u n a visión realista de la vida, o tro s se han lanzado a p atro c in ar filosofías idealistas e inconclusas,

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